Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

domingo, 30 de marzo de 2014

BORGES: Desvarío

Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos.

Jorge Luis BORGES, Ficciones,  Alianza, Madrid, 2002.

domingo, 16 de marzo de 2014

MARÍAS: Quiero tanto a esta persona que a partir de ahora prescindiré de lo que más apreciaba

 


En El hombre tranquilo, Wayne abraza a O’Hara y vuelve el rostro, no hacia la cámara pero sí hacia el frente. Y su mirada parece en primera instancia de tristeza, de lástima incluso. Claro está que no lo es. En seguida uno comprende el matiz: es seriedad, gravedad, acaso responsabilidad, como si se estuviera diciendo: “Ay, ahora estoy vinculado. Es lo que deseo, pero ha llegado y ya no hay vuelta atrás. Me quedaré junto a esta mujer, no le fallaré, la querré y la cuidaré. Le daré la mejor vida que pueda y a eso dedicaré mi existencia. No sólo a eso, pero eso estará por encima de todo lo demás. Y le seré incondicional”. Ya en 1952 debía de ser infrecuente ver una reacción así en la pantalla o en la realidad. Los enamorados recientes tienden a ser ligeros y se ven llevados en volandas por el entusiasmo o la pasión, y “no hacen más que ocultarse mutuamente su destino”, como escribió Rilke con penetración. En la realidad no es más raro que hace sesenta años, yo creo, pero sí en la novela o el cine, sí en el mundo representado, como si en él sólo se admitiera estar de vuelta de todo. Raro es contemplar hoy en él a quien se siente vinculado o atrapado –en el mejor sentido de esta palabra– por su propia convicción, por su disposición a no fallar, por la responsabilidad que no puede exigírsele pero que uno adquiere hacia otro por su cuenta y riesgo y su voluntad. Raro es quien se hace el propósito de ser incondicional y piensa, quizá como Wayne bajo esa tormenta: “Quiero tanto a esta persona que a partir de ahora prescindiré de lo que más apreciaba, el reino de la posibilidad”.

Javier MARÍAS, El reino de la posibilidad.

El País, domingo 16 de marzo de 2014.

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WORTHY: I devour books

 

He is an avid reader. "I don't read books," he said, "I devour them."

The reason for his avid reading is that he is 8-years sober and at his 6-month point when he was having a rough time his sponsor gave him some advice. He told him that whenever he either wanted to kill someone or have a drink, he should pick up a book, lock the door, and don't even let God in, unless you want to talk to him. He now reads at least 3 books a week.

"When you watch a movie," he asked, "where's the action?"

"On the screen," I said.

"When you watch TV," he asked, "where's the action?"

"On the screen," I said.

"When you read a book," he asked, "where's the action?"

"On the pages," I said, and he shook his head and told me I was wrong.

"It's in your head," he said. "Here on the page, all there are is words." Then, he went on to explain that all that work your head is doing is creating connections that will make you 68% less susceptible to dementia, if you read a book a week. His cited was a John Hopkins study.

peoplereading.blogspot.com

miércoles, 12 de marzo de 2014

TEJERO: Parecía que la película no iba a terminarse nunca

Las localizaciones de Duelo al sol continuaron durante largas semanas en el abrasador desierto de Arizona, y los ánimos se iban caldeando. A muchos miembros del equipo les parecía que la película no iba a terminarse nunca, porque Selznick no iba a permitirlo. Aparecía con nuevas páginas de guión para ampliar y modificar las escenas existentes o inventaba secuencias totalmente nuevas.

Juan TEJERO, ¡Este rodaje es la guerra!, T&B Editores, Madrid, 2008.

sábado, 8 de marzo de 2014


CHRISTIE: Dos hermanas

Old Hall era una antigua mansión victoriana rodeada de bosques y parques. Puesto que había resultado inalquilable e invendible, un especulador la había dividido en cuatro pisos instalando un sistema central de agua caliente, y el derecho a utilizar los terrenos debía repartirse entre los inquilinos. El experimento resultó un éxito. Una anciana rica y excéntrica ocupó uno de los pisos con su doncella. Aquella vieja señora tenía verdadera pasión por los pájaros y cada día alimentaba a verdaderas bandadas. Un juez indio retirado y su esposa alquilaron el segundo piso. Una pareja de recién casados, el tercero, y el cuarto fue tomado dos meses atrás por dos señoritas solteras, ya de edad, apellidadas Skinner. Los cuatro grupos de inquilinos vivían distantes unos de otros, puesto que ninguno de ellos tenía nada en común. El propietario parecía hallarse muy satisfecho con aquel estado de cosas. Lo que él temía era la amistad, que luego trae quejas y reclamaciones.

La señorita Marple conocía a todos los inquilinos, aunque a ninguno a fondo. La mayor de las dos hermanas Skinner, la señorita Lavinia, era lo que podría llamarse el miembro trabajador de la empresa. La más joven, la señorita Emilia, se pasaba la mayor parte del tiempo en la casa quejándose de varias dolencias que, según la opinión general de todo Saint Mary Mead, eran imaginarias. Sólo la señorita Lavinia creía sinceramente en el martirio de su hermana, y de buen grado iba una y otra vez al pueblo en busca de las cosas «que su hermana había deseado de pronto».

Según el punto de vista de Saint Mary Mead, si la señorita Emilia hubiera sufrido la mitad de lo que decía, ya hubiese enviado a buscar al doctor Haydock mucho tiempo atrás. Pero cuando se lo sugerían cerraba los ojos con aire de superioridad y murmuraba que su caso no era sencillo... que los mejores especialistas de Londres habían fracasado... y que un médico nuevo y maravilloso la tenía sometida a un tratamiento revolucionario con el cual esperaba que su salud mejorara. No era posible que un vulgar matasanos de pueblo entendiera su caso.

-Y yo opino -decía la franca señorita Hartnell- que hace muy bien en no llamarle. El querido doctor Haydock, con su campechanería, iba a decirle que no le pasa nada y que no tiene por qué armar tanto alboroto. ¡Y le haría mucho bien!

Sin embargo, la señorita Emilia, haciendo caso omiso de un tratamiento tan despótico, continuaba tendida en los divanes, rodeada de cajitas de píldoras extrañas, y rechazando casi todos los alimentos que le preparaban, y pidiendo siempre algo... por lo general difícil de encontrar.

Agatha CHRISTIE, El caso de la doncella perfecta.

lunes, 3 de marzo de 2014

La vita è più difficile



La vita non è come l'hai vista al cinematografo: la vita è più difficile.

Nuovo Cinema Paradiso (1988).