"El U-35 caminaba lentamente, en superficie, a la vista de la costa austriaca, y en la torreta montaba su guardia el príncipe Segismundo de Prusia a quien acompañaba, respirando el aire puro de la mañana, el teniente de navío Terra. Era el descanso, la seguridad y el escapar al ambiente cargado de su barco. Los hombres flaneaban por la cubierta, pensando todos en la cama cómoda y el baño tibio que les esperaba en la base de Teodo. De repente, Terra apenas si tuvo voz para mandar meter todo el timón a babor y poner a toda potencia los dos motores. La estela de un torpedo se mostraba claramente a tan escasa distancia que toda maniobra había de ser tardía. El U-35 sería alcanzado fatalmente en la mitad de su eslora. Los dos oficiales miraban el avance del torpedo con la expresión de horror que suele producir la impotencia. Y tan de improviso como apareció, el torpedo pegó un salto extraño fuera del agua y saltando por encima de la cubierta del submarino, con un ruido infernal, pasó por entre el cañón y la torreta y fue a caer al agua por la banda opuesta, llevándose en su cabriola todo lo que encontró por delante. Un segundo torpedo pasó por debajo del U-35, un tercero rozó la popa y, por último, otro que parecía ser también inevitable, como el primero, describió un amplio semicírculo perdonando nuevamente la vida del submarino de Arnauld de la Perière. Como pasa con todos los hombres valientes, éste era mimado por la ciega fortuna. El submarino agresor era el francés Faraday, que hubo que sumergirse a gran profundidad y alejarse mientras comprobaba que la regulación de sus torpedos no era perfecta precisamente."
Mateo MILLE, Historia naval de la Gran Guerra, Inédita Editores, Barcelona, 2010.