La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la
experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los
fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor
parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de
presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo en el que
viven. Esto otorga a los historiadores, cuya tarea consiste en recordar lo que otros olvidan,
mayor trascendencia que la que han tenido nunca, en estos arios finales del segundo
milenio. Pero por esa misma razón deben ser algo más que simples cronistas, recordadores
y compiladores, aunque esta sea también una función necesaria de los historiadores. En
1989, todos los gobiernos, y especialmente todo el personal de los ministerios de Asuntos
Exteriores, habrían podido asistir con provecho a un seminario sobre los acuerdos de paz
posteriores a las dos guerras mundiales, que al parecer la mayor parte de ellos habían
olvidado.
Eric HOBSBAWN, Historia del siglo XX, Crítica, Barcelona, 1998.