—En resumen, ¿qué ocurre en la patria?
Karamzin ni siquiera necesitó dos palabras.
—Roban —fue su respuesta…
En verdad, roban. Y cada año roban más.
De la sala de despiece se llevan cuartos de ternera. De la fábrica textil, la hilaza. De la fábrica de proyectores de cine, las lentes.
Se lo llevan todo: mosaicos, yeso, polietileno, motores eléctricos, pernos, tornillos, válvulas electrónicas, hilos, vidrio.
Con frecuencia, todo esto adopta un carácter metafísico. Hablo de robos misteriosos, sin objetivo lógico conocido. Estoy seguro de que eso solo tiene lugar en el estado ruso.
Conocí a un hombre delicado, noble, educado, que robó de su empresa un cubo de mezcla de cemento. Por el camino, la mezcla se endureció, como era de esperar. El ladrón abandonó aquella piedra no lejos de su casa.
Otro de mis amigos rompió la cerradura de un punto de agitación. Se llevó una urna electoral. La escondió en su casa y se tranquilizó. El tercero de mis conocidos se llevó un extintor. El cuarto robó del despacho de su jefe un busto de Paul Robeson. El quinto, un anuncio callejero. El sexto, un pupitre de un club de aficionados a la música.
Serguéi DOVLÁTOV, La maleta, RBA, Barcelona, 2012.