El último alcalde franquista de Úbeda había sido un gordo rico y rotundo que iba por la ciudad sentado en el asiento posterior de un Mercedes de su propiedad, conducido por un chófer que era también su criado. Aquel gordo nos parecía a nosotros inmensamente rico, como se decía entonces, menos una persona concreta que un símbolo de trazo grueso, como los millonarios de frac y chistera de las caricaturas. Que en 1979 llegara a ser alcalde José Gámez, nuestro sastre de siempre, con sus trajes rozados y sus hombros caídos, era un signo indudable de que a pesar de todas las incertidumbres algo estaba cambiando de verdad en España. Una de las primeras cosas que hizo al tomar posesión fue quitar el crucifijo de su despacho y anunciar que en cumplimiento de la separación entre la iglesia y el estado no volvería a haber representantes municipales en las procesiones de Semana Santa.
José Gámez, socialista austero, republicano laico que jamás quiso cobrar un sueldo como alcalde y que iba cada mañana al ayuntamiento dando un paseo desde la casa modesta en la que había vivido siempre, cumplió sus cuatro años de mandato y no volvió a presentarse a las elecciones. Se había pasado la vida esperando el regreso de la democracia y manteniendo una solitaria dignidad a través de los años negros de la tiranía, pero cuando la democracia vino y su partido pasó de la ilegalidad al poder en un plazo muy breve José Gámez descubrió que no había sitio para la gente como él.
Antonio MUÑOZ MOLINA, Todo lo que era sólido, Seix Barral, Barcelona, 2013.