Salí a por una botella de vino. Cuando regresé, cerré la puerta, me desnudé y me dispuse a gozar de mi primera noche en una cama desde hacía días. Me metí en la cama, abrí la botella, doblé la almohada y me la ajusté bajo la espalda, respiré con ganas y me quedé sentado en la oscuridad mirando por la ventana. Era la primera vez que me había quedado solo en cinco días. Yo era un hombre que me alimentaba de soledad; sin ella era como cualquier otro hombre privado de agua y comida. Cada día sin soledad me debilitaba. No me enorgullecía de mi soledad, pero dependía de ella. La oscuridad de la habitación era fortificante para mí como lo era la luz del sol para otros hombres. Tomé un trago de vino.
De repente la habitación se llenó de luz. Hubo un traqueteo y un rugido. Un puente del metro pasaba a la altura de mi habitación. Un convoy se había parado allí. Observé un manojo de caras neoyorquinas que me observaban. El tren arrancó y se alejó. Volvió la oscuridad. Entonces la habitación volvió a llenarse de luz. De nuevo contemplé los rostros escalofriantes. Era como una visión del infierno repetida una y otra vez. Cada nueva vagonada de rostros era más horrible, demente y cruel que la anterior.
Charles BUKOWSKI, Factotum, Anagrama, Barcelona, 2000.