Recuerdo que me levanté temprano el día que tenía planeado volver a Aspen. El sonido de pesados y regulares golpes procedentes del exterior me había sacado de mi profundo sueño. Abrí los ojos y vi que los primeros rayos del sol ya iluminaban el día. Los golpes continuaban y despertaron mi curiosidad. Me asomé a la ventana para ver qué estaba pasando. Para mi sorpresa, vi a Anatoli completamente desnudo, con los pies descalzos en la nieve y un hacha en la mano con la que cortaba leña. Me froté los ojos como un niño con sueño y lo vi dejar el hacha. Dio dos pasos y puso la mano en una olla llena de agua que había estado fuera de la casa desde la noche anterior. Con la mano, quitó los tres centímetros de hielo que se habían formado en su superficie a causa del frío y los arrojó a la nieve. Luego agarró la olla y vertió el agua helada sobre sí mismo. Tras esto, empezó a frotarse todo el cuerpo con la nieve y luego entró en la casa para secarse y vestirse. Mientras hacía todo esto, se había dado cuenta del espectador de la ventana y, riendo, continuó con su delicado ritual matutino.
Simone MORO, Estrellas en el Annapurna, Ediciones Desnivel, Madrid, 2011.