—Despierta —decía—. Despierta, hija.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Cogburn estaba borracho y jugueteaba con el revólver de papá. Señaló hacia algo que había en el suelo, junto a la cortina de separación con la tienda. Miré. Era una gran rata. Estaba allí, agazapada en el suelo, con la cola recta, y comiéndose el grano que salía de un agujero de un saco. Di un respingo, pero Rooster me cubrió la boca con una mano que olía a tabaco e impidió que hiciese el menor ruido.
—Estate callada —me dijo.
Yo busqué con la mirada a Lee y supuse que se habría ido a la cama. Rooster siguió:
—Voy a probar un sistema nuevo. Ahora fíjate.
Se echó hacia delante y habló a la rata en voz baja, diciendo:
—Aquí tengo un mandato judicial que dice que debes dejar de comerte el maíz de Chen Lee inmediatamente. Es un mandato de rata. Un mandato extendido para una rata, y yo estoy cumpliendo legalmente dicho mandato.
Luego alzó la mirada hacia mí y preguntó:
—¿Ha parado de comer?
Yo no contesté. Nunca he perdido el tiempo alentando a los borrachos a hacer tonterías. Rooster siguió:
—A mí no me parece que haya parado.
Sostenía a baja altura el revólver de papá y disparó dos veces sin apuntar. El ruido atronó el pequeño cuarto e hizo que las cortinas se movieran bruscamente. Quedé ensordecida. Había una gran cantidad de humo. Lee se incorporó en su camastro y dijo:
—Si quieres pegar tiros, hazlo fuera.
—Estaba cumpliendo una orden de detención —replicó Rooster.
Charles PORTIS, Valor de ley, Debolsillo, Barcelona, 2011.