El señor Pizarro no era mal parecido. Y debía valer algo si era miembro ejecutivo del Sindicato. Podía ayudarme. Si él quería algo de mí yo estaría dispuesta... sobre todo cuando estuviéramos fuera de la ciudad en locación, o cuando ya lo conociera mejor. Acto seguido fui a arreglarme las uñas y a peinarme y saqué mi mejor vestido del empeño donde lo había llevado Roberto cuando necesitó dinero en un apuro. Era mejor ir bien presentada.
Pero no me esperé que este señor me llevara a un motel ese mismo día y que me forzara como lo hizo el señor Montero. ¿Es que de veras tengo el aspecto de mujer fácil? Traté de luchar con él y cuando ya no pude me volví una piedra. Me controlaba en una forma increíble y no respondí... Este fulano estaba desesperado y encajó su rodilla en mí.
—¡Señor Pizarro, por favor, no me trate así!
—¿Y qué quieres? Soy hombre... o qué... ¿quieres que deje de serlo para que después te burles de mí? ¿Quieres que rebaje mi calidad de hombre? Cumple con tu deber de mujer.
Oscar LEWIS, Los hijos de Sánchez, Mortiz, México, 1965.