El paseante se queda mirando la fachada del viejo bloque. El piso de sus padres. Han cambiado las persianas; ya no son de madera. El zócalo está cubierto de grafitis, estúpidos pintarrajos que afean la pared. Si don Miguel estuviera vivo, no lo permitiría. Pero también el cáncer pudo con él.
De repente, alguien sale al balcón. Enciende un cigarrillo y comienza a fumarlo lentamente. El viandante siente un escalofrío cuando advierte que allí sigue colgada la cerámica que su madre trajo de un viaje a Granada: un pájaro verde y azul que nunca se echó a volar.
País de les meravelles