El avance ruso había trasladado el frente a los límites de Polonia y de Prusia Oriental. A su vez, el ininterrupido y eficiente trabajo de la cámara de gas había hecho que la población del campo se redujera a números razonables. Ya no eran necesarios tantos hombres válidos para vigilar la inútil caterva de los moribundos. Mi nuevo dueño fue destinado al frente, donde era más precioso su esfuerzo militar. Me había guardado, como si fuera un objeto valiosísimo, en la cartera de piel de cocodrilo, junto al retrato de la novia y al grupo de sus padres y hermanos. Me sentía reconfortado en compañía de aquella buena familia alemana. Y experimenté un gran alivio al salir de Birkenau, del que no guardaba más que el recuerdo de olor pestilente y de una subhumanidad todo pústulas e idiotizada por el hambre.
Andrzej NOWAK (ed.), Pequeña Polonia, El Olivo, Jaén, 2011.