No tardaría en entrar en la muerte biológica. Suspendido por los clavos de las muñecas, su vientre aparecía muy hinchado. El tórax había quedado hundido y los músculos pectorales -que no habían cesado de oscilar y convulsionarse- yacían rígidos, desmayados. Entre las ramas y púas del casco se apreciaba ya, cada vez más marcado, un círculo violado alrededor de la deformada nariz. Las sienes, semiocultas por los cabellos, se hallaban hundidas y la oreja derecha, algo visible, se había retraído. La piel situada inmediatamente por encima de la barba se arrugó y el globo ocular se fue oscureciendo, como si lo cubriera una especie de tela viscosa. Por las heridas de los clavos,especialmente en la del pie derecho, seguía manando sangre, aunque la coloración era ya mucho más rosada.
J.J. BENÍTEZ, Caballo de Troya, Bruguera, Barcelona, 1984.