En una ocasión, vino Belisario temprano a palacio, como era su costumbre, acompañado por algunos pocos hombres, todos ellos dignos de lástima. Habiendo comprobado que el emperador y la emperatriz no estaban bien dispuestos hacia él y viéndose además vejado allí por hombres miserables y de baja condición, partió de vuelta a casa ya avanzada la tarde, volviéndose con frecuencia al alejarse y mirando en derredor por todos los lados para ver por dónde se acercarían sus asesinos. Es este estado de terror subió a su habitación y se sentó a solas en su jergón. No tenía un solo pensamiento noble ni recordaba siquiera qué hombre había sido, sino que sudaba todo el tiempo, sentía que se le iba la cabeza y estaba paralizado por un gran temor, atormentado por miedos serviles y angustias cobardes, en absoluto dignas de un hombre.
Procopio de Cesárea, Historia secreta, Gredos, Madrid, 2000.
Procopio de Cesárea, Historia secreta, Gredos, Madrid, 2000.