Nunca hubo nadie que estuviera rendido a todo tipo de placeres, pues muchas veces, acudiendo a una comida comunitaria con diez o más jóvenes que destacaban especialmente por su vigor corporal y hacían su trabajo de la fornicación, yacía a lo largo de la noche con todos los comensales y una vez que todos ellos renunciaban a continuar con este menester, ella iba junto a sus servidores, que tal vez eran treinta, y copulaba con cada uno de ellos, sin que su lascivia pudiera siquiera saciarse así.
Recorrió todo Oriente practicando en cada ciudad un oficio que, según pienso, sólo con que alguien lo nombrase perdería para siempre la benevolencia de Dios. Era como si el diablo no soportase que hubiese un país que desconociese la vida licenciosa de Teodora.
Procopio de Cesárea, Historia secreta, Gredos, Madrid, 2000.