Los adeptos de Jesús afirmaron enfáticamente que en realidad no estaba muerto, que se había levantado de la tumba tres días después de la crucifixión, había hablado con sus discípulos y luego se había elevado a los cielos, de donde retornaría el día del juicio, que era inminente.
Se contaron relatos sobre su nacimiento que estaban de acuerdo con las profecías mesiánicas, se dijo que era descendiente de David y había nacido en Belén de una virgen, que había pasado peligros, realizado curas milagrosas, etcétera. Quienes habían oído su prédica registraron sus palabras según las recordaban (pues no dejó escritos) y se elaboró con ellas una breve biografía.
Nadie habría creído por entonces que los adeptos de Jesús dejarían alguna huella en el mundo. Eran judíos, y judíos muy ortodoxos, que sólo diferían de otros en que afirmaban que el Mesías ya había llegado y el fin del mundo estaba cercano. Pero la mayoría de los judíos no aceptaban un Mesías que aparentemente había sido derrotado y ejecutado sin respuesta alguna. Querían un Mesías victorioso, a la manera de Judas Macabeo.
Isaac ASIMOV, La tierra de Canaán, Alianza, Madrid, 1982.