Camino del atril, le vimos cansado: arrastraba los pies y tenía los hombros caídos. No, el primer ministro no tenía que haberse molestado en venir a la cámara para presentar aquella ley. Preparó los papeles. Cuando el ujier le trajo el agua, se giró hacia el presidente de la cámara, una costumbre heredada de tiempos pasados.
-Señor presidente…
De pronto, se escucharon los primeros aplausos. En un instante, todos los diputados estábamos de pie y aplaudíamos. Incluso Kwietniewski. El primer ministro se echó un trago de agua. Trató de hablar, pero los aplausos se intensificaron.
Finalmente, recogió los papeles y caminó despacio hacia su escaño. Sólo cuando se sentó, comenzaron a amortiguarse un poco los aplausos. Diez minutos después, se extinguieron totalmente.
Andrzej NOWAK (ed.), Pequeña Polonia, El Olivo, Jaén, 2011.