-Se trata del general De la Rivière, señor.
-¿Qué mosca del diablo le ha picado ahora?
-Señor, no sé si resulta…
-¿Otra de las locuras de De la Rivière?
-¿Señor?
-Venga, demonios, suéltelo.
-Al parecer, ha perdido a su cocinero personal. Estaban atravesando un bosque y desapareció.
-¿Desapareció?
-Sí. Hay noticias de que los soldados del enemigo que han quedado rezagados se han ocultado en los bosques.
-¡Por el diablo! ¿No se ha ocupado de capturar prisioneros?
-Verá, señor, dice que era la misión del batallón de policía militar.
-¿Y por eso ha detenido el avance?
-El eje del avance de la división atraviesa esos bosques.
-Buena la tenemos. ¡Y no podemos darle el pasaporte al maldito De la Rivière!
-¿Qué dice, señor?
-No, nada. ¿Dónde demonios se encuentra el batallón de policía militar?
-Está mucho más al norte. En el sector del general De la Rivière sólo hay… doscientos policías militares.
-Doscientos. ¿Seguro?
-Sí, señor. Doscientos tres, para ser exactos. Dos compañías.
-Enviarlas a los bosques sería como enviar un pomerania a atacar una jauría de lobos.
-¿Qué hacemos, señor?
-Que manden a los malditos policías militares.
-¿Señor?
-Pero no se apresure. Dé orden de que no lleguen antes de cuatro o cinco días. Seguro que los rezagados están ahora dispuestos a seguir luchando, pero espere a que pasen unos días a la intemperie, durmiendo al raso.
-¿Y qué hacemos con el cocinero?
-¿El cocinero? ¡Diablos! ¿Qué cocinero?
-El cocinero del general De la Rivière, señor.
-Envíen a cualquiera, al mío. Me da igual. ¡Ese hombre sólo piensa en su estómago!
Andrzej NOWAK (ed.), Pequeña Polonia, El Olivo, Jaén, 2011.