Lo único bueno que saqué de aquella casa es que allí inventé mi famoso entremés de arenque ahumado. Sucedió de una forma muy graciosa. Una mañana, para el desayuno, serví arenque ahumado, y la señora Bernard, que siempre desayunaba en la cama, no se comió el suyo. Cuando Ethel bajó la bandeja, yo lo cogí y lo tiré al cubo de los desperdicios. Pero cuando el señor Bernard bajó para darme las instrucciones para el día, dijo: «Cocinera, la señora quiere que le haga un entremés para la cena con el arenque que no se ha tomado en el desayuno». Se me cayó el alma a los pies. No me atreví a decir que lo había tirado, porque eso habría destrozado a la pareja, y no me parecía bien dejar a nadie destrozado por culpa de un arenque. Así que me limité a decir: «Sí, señor, de acuerdo». En cuanto se dio la vuelta, corrí al cubo de los desperdicios y pesqué el arenque. Estaba cubierto de hojas de té y de trocitos de cosas asquerosas. Así que abrí el grifo para enjuagarlo. La mala suerte quiso que en ese momento estuviera fregando, y el arenque se me cayó en una palangana de agua jabonosa. Volví a pescarlo y lo pasé otra vez bajo el grifo, olisqueándolo todo el rato para asegurarme de que no oliera a jabón. Al final, creí haberlo conseguido. Faltaba por saber si no iba a tener un regusto jabonoso. Yo, en todo caso, le saqué toda la carne y la machaqué bien en el mortero, y añadí salsa Escoffier. Esta salsa es fantástica para disfrazar el sabor de algo que no quieres que se note. Lo envié arriba con su guarnición y bien decorado, y para mi sorpresa la señora Bernard mandó abajo a la camarera con una felicitación: «Dígale a la cocinera que es el mejor entremés que he comido nunca». Yo pensé: «Chica, ya lo sabes. Si quieres sabor auténtico, empieza por revolver las cosas en el cubo de los desperdicios».
Margaret POWELL, En el piso de abajo, Alba, Barcelona, 2013.