Ahora sí entiendo por qué los humanos tuvieron que inventarse un Dios. Desde hace varios días, y luego de ver lo que he visto y compartir la cotidianidad con quienes la he compartido, he llegado a la conclusión de que aquellos primeros hombres que habitaron el planeta no tuvieron otra opción que inventarse un Dios y un cielo para poder mirar siempre hacia adelante y soportar lo que tenían que soportar.
No es que súbitamente me haya cogido un ataque de religiosidad sino que, por el contrario, en este momento puedo comprender con más claridad por qué los humanos (supuestos seres racionales) adoptan ideas tan absurdamente ilógicas y tan poco demostrables. Es muy fácil no creer cuando uno lo tiene todo: familia, agua, control sobre el cuerpo, control sobre el ánimo, control, aunque sea, sobre los hijos que parirá. Pero cuando uno no tiene nada, no le queda otra opción que soñar e inventarse cosas para creer que uno tiene por lo menos algo de control. Si no tengo cómo proteger a mis hijos, por lo menos puedo rezar para que alguien más lo haga. Pero es completamente lógico aferrarse a un supuesto ser superior cuando tu hijo sale por la noche a entrar las ovejas y se lo puede comer un lobo.
Natalia AGUIRRE ZIMERMAN, 300 días en Afganistán, Anagrama, Barcelona, 2006.