"Tenemos ante nosotros una tarea que debe ser cumplida. Sabemos que la demora será ruinosa. La crisis más importante de nuestra vida exige energía y acción inmediatas. Ardemos, nos consumimos de ansiedad por comenzar la tarea; nuestra alma se enardece en la anticipación de un magnífico resultado, un resultado que cambiará nuestra vida. El trabajo debe comenzarse de inmediato, tiene que ser emprendido hoy, ahora, y, sin embargo, lo dejamos para mañana; y ¿por qué? No hay respuesta, salvo que sentimos una actitud... perversa. El día siguiente llega, y con él crece la impaciencia por cumplir con nuestro deber, pero con este verdadero aumento de la ansiedad llega también un inefable anhelo de postergación, espantoso, perverso. Este anhelo cobra fuerzas a medida que pasa el tiempo. La última hora, el postrer momento en que la tarea puede aún ser emprendida se acerca, la meta está al alcance de nuestra mano. Nos estremece la violencia del conflicto interior, de la sombra que nos ha vencido; luchamos en vano. Suena la hora y doblan a muerto por nuestra felicidad, por nuestra vida. Al mismo tiempo, inesperadamente, se disipa el demonio que nos había atemorizado, se esfuma el fantasma que había caído sobre nosotros. Vuela, desaparece, somos libres. Y la antigua energía retorna. Trabajaremos ahora, ¡ahora que es demasiado tarde!"