Nuestro tren avanzaba hacia el Este, con destino a las estepas inmensas y a los negros bosques de Rusia. Conservábamos la estufa al rojo vivo en nuestro vagón, pero estábamos helados. Noche y día permanecíamos acurrucados en nuestros capotes, con los gorros hundidos hasta las orejas. Pero a pesar de atiborrar la estufa, de ponernos más y más piezas de lana y de apretarnos los unos contra los otros, estábamos siempre irremediable, miserablemente helados...
Sven HASSEL, La legión de los condenados, Plaza y Janés, Barcelona, 1992.