Después de Molly y Sheila, se acabaron los sentimientos. Sólo era caza. ¿Cómo se hace? Cómo lo voy a saber. No soy ningún Casanova, ni esto es un manual amoroso.
La caza es fría, sí; calculadora, por supuesto; un hombre no debe arriesgarse a comprometerse cuando satisface la lujuria. Nunca debe ser romántico. Debe dejar el amor romántico a los poetas no correspondidos que lo inventaron.
En ocasiones la caza terminaba en situaciones extrañas. Como aquella camarera de moral estricta…
—Vosotros, yanquis —jadeaba—, no tenéis moral.
—¿Cómo es eso?
—Ah —decía, mordaz—, sólo hay que echar un vistazo a Hollywood. Basta con leer las noticias de esas estrellas… salen unos con otros, se casan cuatro o cinco veces. Los echarían de Australia. ¡A nosotros aún nos queda algo de moral! —se cubría con la sábana hasta la barbilla—. Vosotros no, yanquis… ¡Todo lo que queréis de una chica es acostaros con ella!
Sólo un necio o alguien que ya no estuviera interesado en la caza le habría señalado la incoherencia de su discurso.
Esa misma noche, de regreso, mis pasos se cruzaron con los de otro marine, más joven que yo, que gruñía mientras trataba de limpiarse las manchas de carmín del cuello de su camisa.
—El problema de estas chicas australianas —se quejaba— es que no tienen moral. Son demasiado fáciles. A ver si hay alguna chica estadounidense que se entregue como lo hacen ellas. No, señor, ni hablar… Ellas todavía tienen moral.
Los descendientes de los fariseos son legión. "Oh, Dios, te doy las gracias por no ser como el resto de los hombres… adúlteros, como también es este australiano y este americano y este…"
Robert LECKIE, Mi casco por almohada, Marlow, Barcelona, 2011.
La caza es fría, sí; calculadora, por supuesto; un hombre no debe arriesgarse a comprometerse cuando satisface la lujuria. Nunca debe ser romántico. Debe dejar el amor romántico a los poetas no correspondidos que lo inventaron.
En ocasiones la caza terminaba en situaciones extrañas. Como aquella camarera de moral estricta…
—Vosotros, yanquis —jadeaba—, no tenéis moral.
—¿Cómo es eso?
—Ah —decía, mordaz—, sólo hay que echar un vistazo a Hollywood. Basta con leer las noticias de esas estrellas… salen unos con otros, se casan cuatro o cinco veces. Los echarían de Australia. ¡A nosotros aún nos queda algo de moral! —se cubría con la sábana hasta la barbilla—. Vosotros no, yanquis… ¡Todo lo que queréis de una chica es acostaros con ella!
Sólo un necio o alguien que ya no estuviera interesado en la caza le habría señalado la incoherencia de su discurso.
Esa misma noche, de regreso, mis pasos se cruzaron con los de otro marine, más joven que yo, que gruñía mientras trataba de limpiarse las manchas de carmín del cuello de su camisa.
—El problema de estas chicas australianas —se quejaba— es que no tienen moral. Son demasiado fáciles. A ver si hay alguna chica estadounidense que se entregue como lo hacen ellas. No, señor, ni hablar… Ellas todavía tienen moral.
Los descendientes de los fariseos son legión. "Oh, Dios, te doy las gracias por no ser como el resto de los hombres… adúlteros, como también es este australiano y este americano y este…"
Robert LECKIE, Mi casco por almohada, Marlow, Barcelona, 2011.