Richards disponía de tres libros de los que no había oído hablar jamás; dos de ellos eran dos clásicos titulados Dios es inglés y No como un extraño, y el tercero era un enorme tomo escrito tres años antes y titulado El placer de servir. Richards hojeó este último y arrugó la nariz. Un chico pobre progresa en la General Atomics. Asciende de limpia-motores a vendedor de ropa. Acude a clases nocturnas (¿con qué?, se preguntó Richards. ¿Con fichas de Monopoly?). Se enamora de una bella muchacha (al parecer, la sífilis todavía no le ha hecho caer la nariz a pedazos) en una orgía en el bloque. Tras presentar unas calificaciones asombrosas, es promocionado a técnico auxiliar. Después, un contrato matrimonial por tres años y...
Richards lanzó el libro a un rincón. Dios es inglés era un poco mejor. Se sirvió un bourbon con hielo y se dispuso a leer.
Cuando oyó la discreta llamada, estaba en la página trescientas y muy enfrascado en la trama. Una de las botellas estaba vacía, y acudió a abrir la puerta con la otra en la mano. Había vuelto el vigilante.
Stephen KING, El fugitivo, Círculo de Lectores, Barcelona, 1986.