Una mantis religiosa que seduce a su presa, la engatusa, juguetea con ella, la deja hablar, explayarse incluso, bromear, sentirse como en casa. Hasta que en silencio y de un tajo limpio, le corta la cabeza. Es la metáfora precisa de cómo la juez Mercedes Alaya abrió los brazos a Javier Guerrero para que durante tres días este le contara sus andanzas y tropelías. Fueron 20 horas míticas, excepcionales y reveladoras en las que el personaje se sintió a gusto y confiado, trufando certezas, mentiras y medias verdades.
Hasta la escena final, en la que con 20 letrados expectantes, la juez, vestida de blanco de pies a cabeza, le dio el auto de prisión al secretario judicial y este al abogado de Guerrero. Por unos instantes, nadie le habló a Guerrero, que ya había entendido que saldría esposado. La juez presenció impertérrita la breve escena y no pronunció palabra. Los abogados animaron al acusado: "Es cuestión de días", le dicen. Entonces ella abandonó la sala sin haberle mirado durante esos escasos minutos.
Javier MARTÍN-ARROYO, Un golfo tierno.
El País, sábado 10 de marzo de 2012.
Artículo completo
Hasta la escena final, en la que con 20 letrados expectantes, la juez, vestida de blanco de pies a cabeza, le dio el auto de prisión al secretario judicial y este al abogado de Guerrero. Por unos instantes, nadie le habló a Guerrero, que ya había entendido que saldría esposado. La juez presenció impertérrita la breve escena y no pronunció palabra. Los abogados animaron al acusado: "Es cuestión de días", le dicen. Entonces ella abandonó la sala sin haberle mirado durante esos escasos minutos.
Javier MARTÍN-ARROYO, Un golfo tierno.
El País, sábado 10 de marzo de 2012.
Artículo completo