Rooster fue enterrado en nuestra parcela familiar. La gente de aquí, de Dardanelle y de Russeville dijeron: bueno, la mujer apenas conocía a ese tipo, pero es muy propio de una solterona chalada hacer una chifladura como esta. Sé lo que la gente dice aunque no me lo diga en la cara. A todo el mundo le encanta hablar. Las calumnias son admitidas y divulgadas aunque no tengan sustancia alguna. Dicen que yo solo tengo dos cariños: el dinero y la Iglesia presbiteriana y que por esto no me casé. Creen que todo el mundo está muerto de ganas de casarse. Es cierto que quiero mucho a mi Iglesia y a mi banco. ¿Qué tiene esto de malo? Les contaré un secreto: ¡esa misma gente se vuelve toda mieles cuando viene a pedirme un préstamo agrícola o una renovación de hipoteca! Nunca dispuse de tiempo para casarme, pero a nadie le importa que yo esté o no soltera. Si me diese la gana, me casaría con cualquier feo tipejo y lo nombraría cajero. Pero nunca me he entretenido en tales tonterías. Una mujer con cerebro, sin pelos en la lengua, con medio brazo amputado y con una madre inválida a la que atender tiene ciertas desventajas, si bien debo decir que podría citar a tres o cuatro desagradables viejos que en tiempos remolonearon a mi alrededor con los ojos fijos en mi banco. ¡No, muchas gracias! Quizá les sorprendiera a ustedes conocer sus nombres.
Charles PORTIS, Valor de ley, Debolsillo, Barcelona, 2011.