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Nada más propicio para una carrera que su interrupción temporal, pues el que ve el mundo siempre desde arriba, desde la nube imperial, desde la altura de la torre de marfil del Poder, no conoce otra cosa que la sonrisa de los subordinados y su peligrosa complacencia; el que siempre sostiene en las manos la medida, olvida su verdadero valor.
La ceguera de Milton, la sordera de Beethoven, la cárcel de Dostoievski, la prisión de Cervantes, el encierro de Lutero en la Wartburg, el destierro de Dante y la reclusión voluntaria de Nietzsche en las zonas heladas de la Engadina, fueron exigencias del propio genio, ordenadas secretamente contra la voluntad despierta del hombre mismo.
Stefan ZWEIG, Fouché. El genio tenebroso, Editorial Juventud, Barcelona, 2004.