Por aquellos años ascendió al solio
pontificio un eremita santísimo, Pietro da Morrone, que reinó con el nombre de
Celestino V, y los espirituales lo recibieron con gran alivio: “Aparecer un
santón, se había dicho, que observará las enseñanzas de Cristo; su vida ser
angélica, temblad, prelados corruptos”. Quizá la vida de Celestino fuese demasiado angélica o demasiado corruptos los prelados que lo rodeaban o
demasiado larga para la guerra con el emperador y los otros reyes de Europa.
El hecho es que Celestino renunció a su dignidad papal y se retiró para vivir
como ermitaño.
Umberto ECO, El nombre de la rosa, Lumen, Barcelona, 1982.