No es un secreto que la izquierda española tiene un concepto quimérico de la educación. No ve ésta en función de la realidad, sino de un ideal, y como no admite el fracaso, tampoco lo reconoce. Fruto de ello es un sistema calamitoso. Los pedagogos, que son quienes han fijado su rumbo, no entienden por qué las cosas no van y culpan a los profesores. Pero no existe animal más dócil que un profesor. Es el callado galeote amarrado al duro banco que canta y rema hasta cuando lo azotan. ¿Qué ha sucedido entonces? Algo muy similar a lo que le ocurrió a aquel explorador polar que avanzó durante horas en dirección Norte y al llegar la noche se percató de que se encontraba mucho más al Sur: ¡había corrido sobre un témpano que la corriente arrastraba en dirección contraria! El témpano es la realidad, esa cosa opaca, contradictoria, reluctante a los ideales, con la que no cuentan los pedagogos, una gente que protesta por los recortes en investigación y desarrollo y, a la vez, defiende un modelo incapaz de ofrecer el nivel de preparación que exigen las tareas científicas.
Pero, ¿y la derecha?, ¿cuál es la idea de la educación que tiene la derecha española? Yo se lo voy a decir. Ninguna. Hablan de excelencia, de disciplina, de rigor, de autoridad, pero todo esto son arias de opereta. El tipo de hombre en que están pensando cuando entonan su canción dista tanto de la excelencia como el del pedagogo. Su modelo es el registrador de la propiedad, el odontólogo, el ingeniero de caminos, eso que las suegras de antes llamaban un “partido”. La profesionalidad está bien, pero la educación no puede limitarse a eso. Confundir educación con titulación es olvidar la esencia formativa del conocimiento. Los populares, con esa visión suya de suboficial de notarías, dan la impresión de pensar que la formación, en un sentido elevado, es poco práctica, un estorbo. A ellos nunca les ha hecho falta. Por eso, cada vez que reforman el sistema educativo, hacen lo que habría hecho cualquier cura del tiempo de los espadones: acorazar la religión y reducir a la insignificancia la filosofía y la ética. El resto —las horas de lengua española, las reválidas, las cuotas regionales, los deberes y deberes de los profesores, las enseñanzas privadas- son problemas asociados a la organización y el negocio de la educación, no a la educación.
José María HERRERA, La reforma de la educación.
El Imparcial, sábado 26 de enero de 2013.