Así transcurría la vida familiar de un alto funcionario prusiano: el día 31 o el primero de mes mi padre recibía su sueldo, que representaba todo nuestro sustento; hacía tiempo que los bienes depositados en el banco y los certificados de ahorro habían perdido su validez. Era difícil estimar el valor del dinero percibido, ya que éste fluctuaba de mes a mes; puede que en un momento dado cien millones representasen una suma considerable y que, poco más tarde, quinientos millones fuesen calderilla. En cualquier caso, mi padre trataba de comprar cuanto antes un abono mensual de metro, de forma que al menos el mes siguiente pudiese ir al trabajo y volver a casa, aunque este medio de transporte supusiese un rodeo y una pérdida de tiempo considerables. Después se extendían cheques por valor del alquiler y la cuota del colegio y, por la tarde, todos íbamos a la peluquería. Lo que sobraba se le entregaba a mi madre y al día siguiente toda la familia, incluida la criada y a excepción de mi padre, se levantaba a las cuatro o cinco de la mañana y tomaba un taxi con destino al mercado al por mayor. Allí se organizaba una gran compra y, al cabo de una hora, el sueldo mensual de un alto funcionario administrativo se había gastado en alimentos imperecederos. Cargábamos en un taxi quesos enormes, jamones enteros, patatas en sacos de cincuenta kilos. Si no había espacio suficiente, la criada, acompañada por uno de nosotros, se encargaba de conseguir una carretilla. A eso de las ocho, aún antes de que empezara el colegio, regresábamos a casa con provisiones para resistir aproximadamente un mes. Y aquello era todo. Durante ese mes no había más dinero. Un amable panadero repartía el pan al fiado. Por lo demás vivíamos de patatas, ahumados, latas y sopa en cubitos. En ocasiones llegaba por sorpresa algún pago atrasado, pero era más que probable que durante un mes fuésemos tan pobres como el más pobre de todos los pobres, sin estar siquiera en disposición de pagar un billete sencillo de tranvía ni un periódico. No sé qué habría pasado si nos hubiese sobrevenido cualquier cosa, una enfermedad grave u otra desgracia.
Sebastian HAFFNER, Historia de un alemán, Destino, Barcelona, 2001.