
Alrededor de veinte generaciones de niños y jóvenes alemanes habían estado acostumbradas a que el ámbito de lo público les suministrara gratis, por así decirlo, todo el contenido de sus vidas, la esencia de sus emociones más profundas, del amor y del odio, del júbilo y de la tristeza, pero también todos los hechos sensacionales y cualquier estado de excitación, aunque vinieran acompañados de pobreza, hambre, muerte, confusión y peligro. En el momento en el que dicho suministro fue interrumpido bruscamente, ellos se quedaron ahí, bastante desamparados, empobrecidos, expoliados, decepcionados y aburridos. Jamás habían aprendido a vivir por sí mismos, a hacer de una pequeña vida privada algo grande, hermoso y lleno de compensaciones, a saber cómo disfrutarla y apreciar cuándo se vuelve interesante. Así, no percibieron el fin de las tensiones públicas ni el regreso de la libertad individual como un don, sino como una privación. Empezaron a aburrirse, se les ocurrieron ideas tontas, se volvieron huraños y, finalmente, aguardaban casi con ansia a que se produjera el primer desorden, el primer revés o incidente que les permitiera liquidar todo el período de paz y emprender nuevas aventuras colectivas.
Sebastian HAFFNER, Historia de un alemán, Destino, Barcelona, 2001.