Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."
sábado, 29 de diciembre de 2012
Apaches y comanches
- Comanche procede de la palabra ute kohmahts, 'enemigo'; ellos se llaman a sí mismos nʉmʉnʉʉ, 'gente'.
- Apache procede del zuñi apachu, 'enemigo'; ellos se llaman a sí mismos ndee, 'gente'.
ROMERO: Muertes paralelas
Sikorski y Kaczyński
Władysław Sikorski y Lech Kaczyński |
A la tragedia que supuso el asesinato de miles de oficiales de su ejército, se sumó la muerte en accidente áereo de dos presidentes polacos: Władysław Sikorski y Lech Kaczyński. La historia se divierte a veces con estos siniestros paralelismos. ¿Casualidades?
B-24 Liberator en que murió Sikorski |
Por cierto, si Churchill mantenía alguna duda de que los soviéticos habían asesinado a los oficiales polacos, acabó desechándola cuando, en Yalta, Stalin propuso brindar por la muerte de 10.000 oficiales de Estado Mayor alemanes. El dictador soviético tenía una rara fijación por matar a militares: durante la guerra civil se había mostrado implacable con los oficiales blancos y en los años 30 ordenó ejecutar a Tujachevski y a casi todos los altos mandos del Ejército Rojo.
Tu-154 en que murió Lech Kaczyński |
Zweig y Márai
Stefan Zweig y Sándor Márai, escritores burgueses. Fueron contemporáneos, que no coetáneos. Nacieron en el Imperio Austro-Húngaro, en la fastuosa Cacania, que entonces parecía perenne. Bibliófilos tenaces, el destierro les obligó a renunciar a sus bibliotecas: seis mil volúmenes llegó a tener Márai en su piso de Buda; algunos miles más Zweig en su casa de Salzburgo, además de valiosos documentos autografiados. Ambos se quitaron la vida un 22 de febrero, apenas unos años antes de que se desmoronaran los regímenes que les habían convertido en exiliados: tres años le faltaron al escritor vienés para ver el fin del Reich milenario; por dos años no asistió Márai a la caída del Imperio soviético. Uno era judío, pero se consideraba por encima de todo un europeo; el otro se sentía húngaro "en cuerpo y alma", aunque su familia procedía de la Alta Sajonia.
Stefan Zweig no luchó en la primera guerra mundial, gracias a “un examen médico benevolente”; tenía la nacionalidad austriaca, pero era un enamorado de la cultura francesa y de la literatura rusa. Acabó sirviendo en una oficina. En los años 20, se convirtió en un escritor de éxito, aunque Baroja, cuya pluma a veces cicateaba, nunca entendió esa fama. “¿Por qué ese Stefan Zweig, por haber hecho algunas cuantas biografías corrientes y vulgares, ha tenido una fama universal tan grande? Eso es algo que no se comprende bien.” No, Zweig no sólo hizo biografías. Escribió novelas cortas maravillosas (Mendel el de los libros, La novela del ajedrez). Marcel Reich-Ranicki, aunque lo considera un libro de entretenimiento juvenil, muestra su agradecimiento a Momentos estelares de la humanidad; el capítulo dedicado a Dostoievski, asegura, le ayudó a mantener la esperanza en el gueto de Varsovia. Algunas biografías suyas son magníficas, la que dedicó a Fouché. Castalión contra Calvino es quizá una de las mejores obras que se han escrito a favor de la tolerancia. Los años 30 fueron difíciles: Strauss tuvo que retirar una ópera cuyo libreto había escrito Zweig, fueron prohibidos sus libros, abandonó Austria, dejó de publicar. "Debo confesar que me resultó más fácil abandonar patria y hogar que dejar de ver la familiar marca de imprenta en mis libros." Se refugió en Francia, en Gran Bretaña. Ni siquiera en este país se sintió seguro. Acabó huyendo a Brasil. Allí terminó de escribir sus memorias, El mundo de ayer. Creía que la vieja Europa había muerto para siempre. "He sido testigo de la más terrible derrota de la razón y del más enfervorizado triunfo de la brutalidad de cuantos caben en la crónica del tiempo." Dejó de tener fe en el futuro. La noche del 22 de febrero de 1942 tomó una dosis letal de veronal. Dejó una nota de suicidio, en que aseguró que no podía seguir soportando la destrucción del hogar espiritual europeo. “Empezar todo de nuevo a los sesenta años requiere poderes especiales, y mi propio poder se ha gastado después de tanto tiempo de vagar sin hogar. Prefiero poner fin a mi vida en el momento adecuado, como un hombre para quien el trabajo cultural ha sido siempre su más pura felicidad y la libertad personal, el más preciado de los bienes de esta tierra. Le envío un saludo a todos mis amigos: Que vivan para ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, que estoy más impaciente, me adelantaré.” Su joven esposa, Charlotte Altmann, le acompañaba.
Sándor Márai nació en Kassa, localidad que en 1919, convertida en Košice, pasó a formar parte de Checoslovaquia. Por aquella época él ya vivía en Buda, la ciudad de sus sueños, el centro de su mundo. Comenzó a escribir joven y alcanzó fama temprana. En los años 30, era uno de los escritores húngaros más reconocidos. Cuando comenzó la guerra mundial se sintió desfallecer: “Comienza a oscurecerse el hermoso paisaje que era mi segunda casa, Europa”. Hungría acabó entrando en la guerra del lado de Alemania (después de que unos misteriosos aviones bombardearan Kassa, de nuevo una ciudad magiar). En 1944, los alemanes ocuparon el país. El horror de aquella invasión duró unos pocos meses. Cuando regresó a su piso de Buda después de la huida de los nazis, lo encontró destruido por las bombas; sólo pudo rescatar un libro (El cuidado de los perros en el hogar burgués) y una copia enmarcada de la famosa foto de Tolstói y Gorki en Yásnaya Poliana. Los soviéticos dejaron pronto de ser vistos como liberadores: su llegada supuso "la desaparición completa y la aniquilación total de una forma de vida". Márai trató de seguir viviendo en su país, pero pronto la idea le resultó absurda: comunismo y literatura (literatura burguesa) eran incompatibles. Su obra fue prohibida. “La literatura húngara era grande, más grande que la nación.” Huyó a Italia y, posteriormente, a Estados Unidos. Escribió sus memorias, ¡Tierra, tierra!, en las que describió la invasión y ocupación soviéticas. Se planteó aprender inglés, como ya había hecho Arthur Koestler (Artúr Kösztler) y como años después haría Stephen Vizinczey (István Vizinczey); demasiado viejo, empero, para empezar a redactar en otra lengua, "el único idioma que soy capaz de utilizar para escribir es el húngaro". El exilio le alejó no sólo del mundo que había retratado en sus obras, sino también de los pocos millones de personas que hablaban su lengua materna y que podían leerle. Poco a poco fue olvidado. Márai envejeció solo, rodeado de incomprensión en un país que siempre consideró extranjero. "Yo había sido y seguía siendo un burgués (aunque bajo la forma de una caricatura), y todavía lo soy, un burgués viejo en una patria que me resulta extraña." En política, siguió odiando el bolchevismo hasta el final, y se mostró en contra de la détente: le enfureció que el presidente Carter entregara a los comunistas la Corona de San Esteban. Pasó sus últimos años enfermo. Se suicidó, como Zweig, un 22 de febrero. El fin del régimen comunista sacó del olvido la obra de Márai. Se han rescatado sus novelas, se leen con nostalgia: El último encuentro, Confesiones de un burgués, Divorcio en Buda.
Stefan Zweig no luchó en la primera guerra mundial, gracias a “un examen médico benevolente”; tenía la nacionalidad austriaca, pero era un enamorado de la cultura francesa y de la literatura rusa. Acabó sirviendo en una oficina. En los años 20, se convirtió en un escritor de éxito, aunque Baroja, cuya pluma a veces cicateaba, nunca entendió esa fama. “¿Por qué ese Stefan Zweig, por haber hecho algunas cuantas biografías corrientes y vulgares, ha tenido una fama universal tan grande? Eso es algo que no se comprende bien.” No, Zweig no sólo hizo biografías. Escribió novelas cortas maravillosas (Mendel el de los libros, La novela del ajedrez). Marcel Reich-Ranicki, aunque lo considera un libro de entretenimiento juvenil, muestra su agradecimiento a Momentos estelares de la humanidad; el capítulo dedicado a Dostoievski, asegura, le ayudó a mantener la esperanza en el gueto de Varsovia. Algunas biografías suyas son magníficas, la que dedicó a Fouché. Castalión contra Calvino es quizá una de las mejores obras que se han escrito a favor de la tolerancia. Los años 30 fueron difíciles: Strauss tuvo que retirar una ópera cuyo libreto había escrito Zweig, fueron prohibidos sus libros, abandonó Austria, dejó de publicar. "Debo confesar que me resultó más fácil abandonar patria y hogar que dejar de ver la familiar marca de imprenta en mis libros." Se refugió en Francia, en Gran Bretaña. Ni siquiera en este país se sintió seguro. Acabó huyendo a Brasil. Allí terminó de escribir sus memorias, El mundo de ayer. Creía que la vieja Europa había muerto para siempre. "He sido testigo de la más terrible derrota de la razón y del más enfervorizado triunfo de la brutalidad de cuantos caben en la crónica del tiempo." Dejó de tener fe en el futuro. La noche del 22 de febrero de 1942 tomó una dosis letal de veronal. Dejó una nota de suicidio, en que aseguró que no podía seguir soportando la destrucción del hogar espiritual europeo. “Empezar todo de nuevo a los sesenta años requiere poderes especiales, y mi propio poder se ha gastado después de tanto tiempo de vagar sin hogar. Prefiero poner fin a mi vida en el momento adecuado, como un hombre para quien el trabajo cultural ha sido siempre su más pura felicidad y la libertad personal, el más preciado de los bienes de esta tierra. Le envío un saludo a todos mis amigos: Que vivan para ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, que estoy más impaciente, me adelantaré.” Su joven esposa, Charlotte Altmann, le acompañaba.
Sándor Márai nació en Kassa, localidad que en 1919, convertida en Košice, pasó a formar parte de Checoslovaquia. Por aquella época él ya vivía en Buda, la ciudad de sus sueños, el centro de su mundo. Comenzó a escribir joven y alcanzó fama temprana. En los años 30, era uno de los escritores húngaros más reconocidos. Cuando comenzó la guerra mundial se sintió desfallecer: “Comienza a oscurecerse el hermoso paisaje que era mi segunda casa, Europa”. Hungría acabó entrando en la guerra del lado de Alemania (después de que unos misteriosos aviones bombardearan Kassa, de nuevo una ciudad magiar). En 1944, los alemanes ocuparon el país. El horror de aquella invasión duró unos pocos meses. Cuando regresó a su piso de Buda después de la huida de los nazis, lo encontró destruido por las bombas; sólo pudo rescatar un libro (El cuidado de los perros en el hogar burgués) y una copia enmarcada de la famosa foto de Tolstói y Gorki en Yásnaya Poliana. Los soviéticos dejaron pronto de ser vistos como liberadores: su llegada supuso "la desaparición completa y la aniquilación total de una forma de vida". Márai trató de seguir viviendo en su país, pero pronto la idea le resultó absurda: comunismo y literatura (literatura burguesa) eran incompatibles. Su obra fue prohibida. “La literatura húngara era grande, más grande que la nación.” Huyó a Italia y, posteriormente, a Estados Unidos. Escribió sus memorias, ¡Tierra, tierra!, en las que describió la invasión y ocupación soviéticas. Se planteó aprender inglés, como ya había hecho Arthur Koestler (Artúr Kösztler) y como años después haría Stephen Vizinczey (István Vizinczey); demasiado viejo, empero, para empezar a redactar en otra lengua, "el único idioma que soy capaz de utilizar para escribir es el húngaro". El exilio le alejó no sólo del mundo que había retratado en sus obras, sino también de los pocos millones de personas que hablaban su lengua materna y que podían leerle. Poco a poco fue olvidado. Márai envejeció solo, rodeado de incomprensión en un país que siempre consideró extranjero. "Yo había sido y seguía siendo un burgués (aunque bajo la forma de una caricatura), y todavía lo soy, un burgués viejo en una patria que me resulta extraña." En política, siguió odiando el bolchevismo hasta el final, y se mostró en contra de la détente: le enfureció que el presidente Carter entregara a los comunistas la Corona de San Esteban. Pasó sus últimos años enfermo. Se suicidó, como Zweig, un 22 de febrero. El fin del régimen comunista sacó del olvido la obra de Márai. Se han rescatado sus novelas, se leen con nostalgia: El último encuentro, Confesiones de un burgués, Divorcio en Buda.
Régulo y Juan II
Quince siglos separan a Marco Atilio Régulo y Luis II. El primero invadió África, amenazó Cartago y finalmente fue derrotado y hecho prisionero (255 a.C.). Los cartagineses le enviaron a Roma para negociar la paz, que supondría el fin de su cautiverio. Régulo después de pedir perdón avergonzado por haberse dejado derrotar, aconsejó a los senadores que continuaran la guerra. Después, demostrando que la fides romana no era como la poenica, regresó a Cartago. Allí, los cartagineses enfurecidos por el fracaso de su misión, lo mataron. Añaden los historiadores que le infirieron atroces torturas. En una época en que algunos reyes todavía luchaban al frente de sus tropas, Luis II de Francia fue capturado en la batalla de Poitiers (1356). Los ingleses le llevaron a Londres y pidieron a cambio de su libertad la entrega de un tercio del país y el pago de un rescate desorbitado. Para ejecutar el tratado, le dejaron marchar a cambio de que dejara como rehenes a sus hijos, Luis de Anjou y Juan de Berry. Procuró Juan reunir el rescate, tres millones de escudos, pero Francia se hallaba exhausta, empobrecida, despoblada. Cuando más desesperado se encontraba por no poder reunir el rescate, se enteró de que uno de sus hijos había huido: Luis de Anjou se escapó aprovechando el permiso que le habían dado para realizar una peregrinación. Juan II, avergonzado por el comportamiento de su hijo, por este doble ultraje, hizo algo que nadie esperaba: se entregó a los ingleses. Murió en el cautiverio.
Algunos autores clásicos ni siquiera mencionan a Régulo. Diodoro se limita a decir que murió en el cautiverio. Polibio le hace víctima de su soberbia, pues rechazó una ventajosa oferta de paz de los cartagineses. Tito Livio, como era de esperar, lo pone de ejemplo de las virtudes romanas. Pocos han pensado en que, si Régulo hubiera permanecido en Roma, le hubieran echado en cara de por vida no ya no haber cumplido su palabra sino la vergonzosa derrota que sufrió frente al espartano Jantipo, el general que comandaba el ejército cartaginés. El romano prefirió un destino eterno. Historiadores imperiales inventaron probablemente las circunstancias de su muerte: Aulo Gelio dice que fue encerrado en un calabozo; Silio Itálico, que murió en un tonel con clavos; Aurelio Víctor añade que lanzaron el barril por una pendiente.
El cautiverio de Juan II también fue adornado por historiadores posteriores. Se dijo que Luis de Anjou echaba de menos a su esposa, con la que acababa de casarse, y que eso provocó su huida. Algunos critican la mezquindad de Juan II, que simplemente no quería pagar su rescate. Otros, por fin, denunciaron las maquinaciones del Delfín, que quería convertirse en rey e intentaba evitar la ruina del país: convenció a su hermano Luis de que escapara y luego aconsejó a su padre de que debía cumplir la palabra dada a los ingleses. Carlos V, secundado por Bertrand du Guesclin, su fiel bretón, consiguió arrojar a los ingleses de Francia.
domingo, 16 de diciembre de 2012
domingo, 9 de diciembre de 2012
BIOY CASARES: No poder leer
Enrique Larreta me aseguró que había llegado a un punto en que no podía leer: toda frase le sugería un cúmulo de ideas y de imágenes que lo extraviaba por esos mundos de la mente y le hacía perder el hilo de la lectura.
Adolfo BIOY CASARES, Descanso de caminantes, Sudamericana, Buenos Aires, 2001.
sábado, 8 de diciembre de 2012
martes, 20 de noviembre de 2012
lunes, 19 de noviembre de 2012
Salmos 56, 9
De mi vida errante llevas tú la cuenta, ¡recoge mis lágrimas en tu odre!
sábado, 10 de noviembre de 2012
1 Reyes 17, 14
Porque así habla Dios: No se acabará la harina en la tinaja ni se agotará el aceite en la orza.
lunes, 5 de noviembre de 2012
LAPIERRE y COLLINS: El torero mediocre
Paco no era mal torero; ni bueno. Era algo peor: era mediocre y sólo producía indiferencia al público ante el cual actuaba. La carrera que había empezado con tanta rapidez tardó cuatro dolorosos años en terminar. El fin se produjo en Málaga, cuando un horrible toro cegato de la ganadería de Pablo Romero tuvo la desfachatez de negarse categóricamente a morir por Paco. Le persiguió por el ruedo, pinchándole desde lejos con el estoque, como un matarife en el matadero de Sevilla. Mientras Paco corría detrás de aquel toro aparentemente inmortal, el público le lanzó una lluvia de almohadillas, colillas de cigarro, mondaduras de naranja, botellas de Coca-Cola e insultos. Escuchó los tres avisos. Y el maldito bicho, empeñado en no morir. Por último, el morlaco fue devuelto al corral, y Paco fue expulsado de la plaza de Málaga y, en definitiva, de la fiesta.
Dominique LAPIERRE, Larry COLLINS, O llevarás luto por mí, Planeta, Zaragoza, 2014.
jueves, 25 de octubre de 2012
sábado, 20 de octubre de 2012
viernes, 12 de octubre de 2012
miércoles, 3 de octubre de 2012
LONDON: Algo andaba mal en su interior
De todos, el que más sufría era Dave. Algo le había ocurrido. Se volvió más sombrío e irritable y, en cuanto se montaba el campamento, se preparaba el refugio y allí le daba de comer su conductor. Una vez desenganchado y en su hoyo, no volvía a ponerse en pie hasta la hora de ocupar su puesto a la mañana siguiente. A veces, cuando durante la marcha recibía una sacudida provocada por un súbito frenazo del trineo, o cuando tiraba más fuerte al arrancar, soltaba un aullido de dolor. El conductor lo examinaba pero no le encontraba nada. Los demás conductores acabaron interesados en el caso. Lo comentaban a la hora de comer o mientras fumaban la última pipa antes de irse a dormir, y una noche decidieron examinar el perro todos juntos. Lo llevaron junto al fuego y palparon y exploraron su cuerpo hasta arrancarle reiterados quejidos de dolor. Algo andaba mal en su interior, pero no pudieron localizar ningún hueso roto ni averiguar nada.
Jack LONDON, La llamada de lo salvaje, Esplandián Editores, Madrid, 1999.
martes, 2 de octubre de 2012
S.T.T.L. Eric Hobsbawn
La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la
experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los
fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor
parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de
presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo en el que
viven. Esto otorga a los historiadores, cuya tarea consiste en recordar lo que otros olvidan,
mayor trascendencia que la que han tenido nunca, en estos arios finales del segundo
milenio. Pero por esa misma razón deben ser algo más que simples cronistas, recordadores
y compiladores, aunque esta sea también una función necesaria de los historiadores. En
1989, todos los gobiernos, y especialmente todo el personal de los ministerios de Asuntos
Exteriores, habrían podido asistir con provecho a un seminario sobre los acuerdos de paz
posteriores a las dos guerras mundiales, que al parecer la mayor parte de ellos habían
olvidado.
Eric HOBSBAWN, Historia del siglo XX, Crítica, Barcelona, 1998.
lunes, 1 de octubre de 2012
ROYO: Polivalencia curricular del docente
Wert, ministro polivalente |
Imaginen la siguiente escena:
—¿Señor Riva? Adelante.
—Oiga, creo que ha habido un error. Yo tenía cita con el odontólogo y en su puerta pone ginecólogo.
—Ah, no se preocupe. Al fin y al cabo soy médico. Deje, deje que le saque esa muela...
Estoy seguro de que la situación les resultará inverosímil. En la enseñanza, sin embargo, ya es una realidad.
Para comprobar el rigor de la Administración a la hora de ofertar plazas al profesorado y constatar cómo entienden nuestros dirigentes la calidad de la enseñanza, basta exponer que, este mismo curso, nos encontramos con profesores de Geografía e Historia que, además de su asignatura, impartirán Lengua Castellana, Historia de las Religiones o Educación Física; profesores de Lengua Castellana que enseñarán también Historia de las Religiones o Música; profesores de Economía que impartirán Plástica; profesores de Plástica o Educación Física que también lo serán de Música; profesores de Filosofía que se encargarán también de la asignatura de Euskera... Hasta nuestro ministro, el experto sociólogo Wert, ha acuñado recientemente el concepto "polivalencia curricular del docente" para terminar de arreglar las cosas.
Alberto ROYO, ¿Crisis de identidad del profesorado?
Diario de Navarra, miércoles 26 de septiembre de 2012.
REVERTE: Tratamiento contra la ludopatía
En mis salas de apuestas, un jugador nunca gana. Todos lo saben al entrar. Pero aprenden una lección profunda: consiguen una experiencia de gran valor. ¡Me considero un gran benefactor! Conozco a muchos que han renunciado al juego, se han curado de la avaricia y restaurado su salud mental gracias a mi tratamiento. El elogio, y no la censura, tendría que ser mi premio.
Javier REVERTE, El río de la luz, Plaza y Janés, Barcelona, 2009.
jueves, 27 de septiembre de 2012
SORRENTINO: Karakalpakia
El doctor Zuckerman respiró aliviado cuando Clawson y su cuidador abandonaron la consulta. Hizo algunas anotaciones en el historial. Colocó la carpeta de Clawson en el lado izquierdo. Ya sólo quedaban tres pacientes. Comenzó a hojear un nuevo historial. Artie M. Un caso sin solución. Siete años atrás, habían encontrado a aquel individuo deambulando por un parque. Decía cosas incoherentes. Los policías creían que estaba borracho; por alguna razón, acabó en el hospital psiquiátrico. Nadie sabía quién era ni de dónde procedía. Ni siquiera estaban seguros de cómo se llamaba. El administrativo que hizo el ingreso no había logrado entender su apellido; acabó escribiendo en la ficha que el nombre del paciente era Arthur M. En seguida, todo el mundo comenzó a llamarle Artie.
Por alguna razón, el doctor Roark había estado muy interesado por Artie; sostenía que sufría un raro trastorno neuronal. Zuckerman repasó una vez más las notas de su antecesor. Artie M. era un sujeto de unos sesenta años. Hablaba inglés con acento extranjero. Su vocabulario era bastante culto. Probablemente había estudiado en la universidad. En ocasiones, largaba interminables peroratas en un idioma ininteligible que Mike Sorrentino, uno de los ordenanzas, afirmaba que era un dialecto hablado en el norte de Italia.
Artie M. sufría una enfermedad ciertamente extraña. Aseguraba proceder de un territorio, que llamaba la Nación, que formaba parte de un país, el Estado. Según el doctor Roark, Artie quería que la Nación se separara del Estado, como Croacia de Yugoslavia o como Lituania de Rusia. En las visitas quincenales esbozaba enrevesados planes para lograr la secesión. En una ocasión, según las notas del doctor Roark, había defendido Artie que la Nación tuviera el mismo estatus que Puerto Rico. Otra vez soltó un largo alegato a favor de Massachussetts. El doctor Zuckerman le había escuchado un vehemente discurso en defensa del Quebec independiente, por lo que llegó a la conclusión de que Artie era francocanadiense. Desde luego, ni Roark ni Zuckerman habían prescrito a Artie ninguna medicina. Nunca se había mostrado violento. No era un enfermo peligroso. Zuckerman estaba preparando un artículo para el Annual Review of Psychiatry. Cuando lo acabara, probablemente, recomendaría su traslado a uno de los asilos estatales.
–Que pase el siguiente –le dijo a la enfermera.
Escuchó el golpeteó de nudillos en la puerta. No había forma de hacerle entender que debía pasar sin llamar.
–Adelante.
Zuckerman observó al enfermo. Cuidaba mucho su aspecto. Llevaba un gastado pijama, que estaba impoluto, sin una sola mancha. Artie estaba recién afeitado. Apestaba a loción. La visita al doctor era el acontecimiento más importante de las últimas dos semanas.
–¿Cómo estás, Artie?
–La tengo, doctor, tengo la solución para la Nación.
–Siéntate, Artie, cuenta.
–Mire, doctor, la solución es Karakalpakia.
–¿Karaqué?
A veces, el doctor
Zuckerman tenía la impresión de que Artie se inventaba todos esos nombres. Roark había dictaminado que el paciente sufría una especie de politomanía.
Zuckerman, en su artículo, sostendría que Artie era un topomaniático: siempre estaba utilizando topónimos exóticos.
–Karakalpakia, doctor. Ka–ra–kal–pa–kia. Es una república autónoma de Uzbekistán.
–¿Uzbekistán?
–Sí, Uzbekistán.
–Ya sé, un país que está…
–En Asia Central. Los karakalpakos lucharon durante siglos contra los infames uzbekos. Estaban sometidos.
–¿Me estás diciendo que quieres que la Nación se convierta en una república autónoma?
–¿Qué le parece, doctor? ¡¡Una idea brillante!!
domingo, 23 de septiembre de 2012
S.T.T.L. Sven Hassel
Nuestro tren avanzaba hacia el Este, con destino a las estepas inmensas y a los negros bosques de Rusia. Conservábamos la estufa al rojo vivo en nuestro vagón, pero estábamos helados. Noche y día permanecíamos acurrucados en nuestros capotes, con los gorros hundidos hasta las orejas. Pero a pesar de atiborrar la estufa, de ponernos más y más piezas de lana y de apretarnos los unos contra los otros, estábamos siempre irremediable, miserablemente helados...
Sven HASSEL, La legión de los condenados, Plaza y Janés, Barcelona, 1992.
jueves, 20 de septiembre de 2012
MAJEWSKI: La señora Makens está preparada
La señora Makens lo tiene todo preparado en la puerta, a la espera de que llegue el camión de la ONU. Comienzo a hablar con ella. Parece aceptar el hecho con filosofía. Es viuda y no tiene hijos. “Quizá hace esto más fácil”, me dice. Me habla de su vida. Lleva años trabajando como secretaria en una escuela de secundaria. “No sé lo que pasará cuando lleguemos allí. Soy muy vieja para trabajar en el campo.”
Esa es la preocupación de muchos australianos. Un alto porcentaje de la población vive en ciudades. De hecho, en cinco grandes ciudades. Recorro una calle donde los habitantes ya han sido evacuados. Todo parece en orden. Sólo una casa ha sido quemada. Su inquilino ha debido seguir el llamamiento de algún partido radical. De todos modos, aquí, en Victoria, los sabotajes y las destrucciones de viviendas no son tan habituales como en otras partes de la Mancomunidad. En cualquier caso, resulta inquietante recorrer una ciudad desierta. Me pongo a hacer fotos para compararlas con las que espero tomar dentro de unos meses, cuando lleguen los nuevos residentes. De pronto me sale al paso una patrulla de cascos azules y me obliga a dar la vuelta.
Me dirijo al norte. El traslado no empezará aquí hasta dentro de una semana. Al azar, me detengo frente a una casa y llamo a la puerta. Nadie responde. Dentro se escucha la televisión a todo volumen. Llamo otra vez, pero nadie sale a abrir. Lo intento en la siguiente puerta. Me abre un hombre joven. Puedo preguntarle lo que quiera, pero prefiere no dar su nombre. Dice que sigue bastante disgustado. “La primera vez que oí hablar del asunto me pareció que era una broma.” Trabajaba en un centro comercial. “Hace tres semanas nos dijeron que no apareciéramos más por allí.” Sabe por un amigo que los viets (los vietnamitas) se pueden quedar. “Los acogimos con los brazos abiertos y ahora se adueñan de todo.” Mientras hablamos, observo el desorden que hay en la casa. Hay algunos que siguen en la etapa de rabia.
Según los psicólogos, la mayoría de los australianos ha pasado a la etapa de aceptación. La señora Faulkes está en una fase de indignada aceptación. Me asegura que empaquetó todo hace semanas. Ahora sólo espera que llegue el camión. Vive con su marido, que sufre una enfermedad que lo mantiene postrado en una silla de ruedas. La señora Faulkes me dice que siempre ha votado al Partido Liberal; añora los tiempos de Robert Menzies. “Él hubiera evitado todo esto”, asegura. “Supongo que se estará revolviendo en su tumba”, añade. La señora Faulkes interrumpe continuamente la conversación para limpiar con un pañuelo a su marido. “Menos mal que el pobre no se entera de nada”, me dice. “Ambos nos opusimos a que dejaran entrar a los chinos. No, no tuvieron que dejarles entrar y todo eso, y fíjese lo que ha pasado ahora.” Me habla de los aborígenes. Cuando llegó Cook seguían viviendo de la misma manera que diez mil años atrás. “Fuimos los blancos lo que hicimos Australia lo que es... Todo es culpa de los malditos laboristas”, concluye.
Anochece. Se escucha una alarma lejana. Sirenas. Humo en el aire. Pienso que alguien ha debido quemar su casa. Me meto en un bar y pido una cerveza. Muchos sólo han llegado a la aceptación mediante la bebida. Uno de los clientes se acerca cuando ve mi tarjeta de prensa. Me asegura que es sudafricano. Salió del país hace veinte años. “Sabía que el país se iba a echar a perder cuando gobernaran los negros.” Le dejo hablar, mientras bebe una cerveza detrás de otra. Repentinamente comienza a defender el Plan Madagascar: traspasar a la población australiana a la isla y a los malgaches “al otro sitio”. Lo planteó un político independiente en la Cámara de Representantes; probablemente quería entorpecer lo que entonces era sólo un proyecto en estudio por la ONU. Trato de explicarle al sudafricano que una transferencia de población a tres bandas habría necesitado una planificación mucho más complicada. Le cuento que los polacos estamos acostumbrados a estos traslados de población. Cuando se acerca la hora del cierre, el sudafricano me confiesa que vive gracias a una paga del gobierno. “Ahora querrán que me ponga a trabajar de nuevo”, me dice trastabillando las palabras. Cuando nos despedimos me invita a visitarle “allí arriba”. Trata de decirme el nombre de la ciudad a la que ha sido asignado. Finalmente consigo que lo escriba: Banshakhali. “Bueno, espero que al menos le cambien el maldito nombre.”
Roman MAJEWSKI, La señora Makens está preparada.
Gazeta Wyborcza, domingo 20 de septiembre de 2015.
Artículo completo
jueves, 13 de septiembre de 2012
martes, 11 de septiembre de 2012
FORD: A partir de entonces traté de leer los guiones
Una vez llegué al plató a las siete; había un montón de actores que no conocía y un tipo tenía una escena en la que tenía que besar a una chica. Empezamos a rodarla y le dije al tío:
–Si tienes que besarla, lo que te digo es que la beses. Bésala en los labios, abrázala.
Y el actor dijo:
–Pero, señor Ford, ¡en el argumento la chica es mi hija!
–¡Ah! –dije–. ¿Hay alguien por aquí que tenga el guión? Dejadme verlo...
A partir de entonces traté por lo general de leer los guiones.
–Si tienes que besarla, lo que te digo es que la beses. Bésala en los labios, abrázala.
Y el actor dijo:
–Pero, señor Ford, ¡en el argumento la chica es mi hija!
–¡Ah! –dije–. ¿Hay alguien por aquí que tenga el guión? Dejadme verlo...
A partir de entonces traté por lo general de leer los guiones.
Peter BOGDANOVICH, John Ford, Tusquets, Barcelona, 1997.
BUKOWSKI: El profesor
–¿Y su licencia, Chinaski?
–No la he traído.
–Da igual. Tiene que empezar ahora mismo.
–Ejem…, ¿qué materia tengo que dar?
–Da igual. Métase en clase de una vez.
Smith me guió por los pasillos. Llegamos a una puerta con un cristal opaco. Al otro lado parecía que había una pelea.
–Adelante –me dijo.
Creí que me iba a acompañar dentro, pero cerró la puerta a mis espaldas.
En el aula había unos cuarenta chicos. Blancos, hispanos y dos o tres negros. El ruido que había escuchado cuando estaba en el pasillo había cesado. Permanecían callados y me miraban. Expectantes. Ochenta ojos fijos en mí. O quizá sólo setenta y nueve. Busque la mesa del profesor, me dirigí a ella, me senté. La silla era cómoda. Miré a los chicos. Seguían contemplándome asombrados. Abrí la cartera y observé la botella de whisky. Tendría que encontrar la manera de echar un lingotazo sin que se dieran cuenta.
¿Qué diablos tenía que hacer ahora?
–No la he traído.
–Da igual. Tiene que empezar ahora mismo.
–Ejem…, ¿qué materia tengo que dar?
–Da igual. Métase en clase de una vez.
Smith me guió por los pasillos. Llegamos a una puerta con un cristal opaco. Al otro lado parecía que había una pelea.
–Adelante –me dijo.
Creí que me iba a acompañar dentro, pero cerró la puerta a mis espaldas.
En el aula había unos cuarenta chicos. Blancos, hispanos y dos o tres negros. El ruido que había escuchado cuando estaba en el pasillo había cesado. Permanecían callados y me miraban. Expectantes. Ochenta ojos fijos en mí. O quizá sólo setenta y nueve. Busque la mesa del profesor, me dirigí a ella, me senté. La silla era cómoda. Miré a los chicos. Seguían contemplándome asombrados. Abrí la cartera y observé la botella de whisky. Tendría que encontrar la manera de echar un lingotazo sin que se dieran cuenta.
¿Qué diablos tenía que hacer ahora?
Charles BUKOWSKI, Erecciones, eyaculaciones,exhibiciones. Relatos de la locura cotidiana, Anagrama, Barcelona, 1978.
BORGES: Capdevila y Mastronardi
Lo peor de Capdevila es peor que lo peor de Mastronardi, pero lo mejor es mejor y esto es lo que importa.
Adolfo BIOY CASARES, Borges, Destino, Barcelona, 2006.
CASARES: El vídeo
–Mira –me dijo.
Me dejó su tablet y contemplé por unos instantes el vídeo. Una mujer se masturbaba.
–¿Quién es? –le pregunté.
Pronunció un nombre que no me sonaba de nada.
–¿Por qué me lo has enseñado?
–¿No te has dado cuenta?
–No. ¿Qué?
–¿No te ha llamado nada la atención?
Volví a ve el vídeo. Al principio, claramente, se veía el rostro de la mujer. Más adelante, sólo su cuerpo, sus senos, su pelo.
–No es ella, es una doble.
–¿Una doble?
–Sí. Lo estaba viendo el otro día y me di cuenta. Utilizó un doble.
Le entregué el tablet. La verdad es que no me gustaban todos esos vídeos y fotos de políticos. Había gente que los consumía masivamente, pero yo no podía soportarlos.
–Lo tenía colgado en su web. Comparé el cuerpo del vídeo con varias fotos que tiene colgadas y son dos personas distintas.
–¿Estás seguro?
–Un cuerpo de mujer no engaña.
–¿Por qué lo hizo?
–No lo sé… Supongo que por motivos religiosos. Así tendría tranquila la conciencia, la maldita conciencia de los católicos.
Dos meses atrás, el ministro de Obras Públicas había tenido que dimitir. En su perfil de internet se decía que estaba casado y que tenía un amante, pero se acabó demostrando que esto último era falso.
–La gente hubiera pensado mal de mí si supiera que no tenía un amante –trató de excusarse.
Luego se supo que era un criptocatólico. Muchos pidieron su procesamiento, pero el presidente se contentó con cesarle.
Casares estaba escribiendo entusiasmado.
–¿Qué vas a hacer?
–Voy a publicarlo. Inmediatamente.
–¿No vas a llamarla?
–No. Podría retirar el vídeo y decir que todo es una patraña mía. No, voy a denunciarlo. Es una vergüenza que mienta de esa manera.
–La verdad es que prefería los viejos tiempos, cuando la sexualidad de los políticos era algo íntimo, personal.
Casares me miró como si fuera un extraterrestre.
–¿Qué dices? No me vengas con tus idioteces.
–No sé, que a veces estoy cansado de todas esas fotografías, vídeos, confesiones.
Casares me hizo un gesto para que me callara.
–¿Qué pasa?
–La ministra de Hacienda. Tiene visita. Je, je, el tipo va a acabar exhausto.
La ministra había llenado su casa de cámaras cuando era diputada, y era uno de los miembros del Gobierno más populares.
–Debería pensar en adelgazar un poco. Se está poniendo muy gorda –dijo Casares.
–No sé cómo te gusta eso.
–Vamos, cállate. No tengo ganas para tus tonterías.
Siguió escribiendo durante un rato y por fin lo publicó. Siempre ponía la misma cara de satisfacción cuando pulsaba enter.
–Ya está –me dijo.
Me dejó su tablet y pude ver el titular que había utilizado: CONCEJAL CUELGA VÍDEO FALSO.
–¿Qué tamaño de fuente has utilizado? ¿48?
Ignoró mi pregunta.
–¿Has mandado copias?
–¿Por quién me tomas? ¡Claro que sí! En unas horas se sabrá por todos lados. Esta noticia va a ser trending.
Me dejó su tablet y contemplé por unos instantes el vídeo. Una mujer se masturbaba.
–¿Quién es? –le pregunté.
Pronunció un nombre que no me sonaba de nada.
–¿Por qué me lo has enseñado?
–¿No te has dado cuenta?
–No. ¿Qué?
–¿No te ha llamado nada la atención?
Volví a ve el vídeo. Al principio, claramente, se veía el rostro de la mujer. Más adelante, sólo su cuerpo, sus senos, su pelo.
–No es ella, es una doble.
–¿Una doble?
–Sí. Lo estaba viendo el otro día y me di cuenta. Utilizó un doble.
Le entregué el tablet. La verdad es que no me gustaban todos esos vídeos y fotos de políticos. Había gente que los consumía masivamente, pero yo no podía soportarlos.
–Lo tenía colgado en su web. Comparé el cuerpo del vídeo con varias fotos que tiene colgadas y son dos personas distintas.
–¿Estás seguro?
–Un cuerpo de mujer no engaña.
–¿Por qué lo hizo?
–No lo sé… Supongo que por motivos religiosos. Así tendría tranquila la conciencia, la maldita conciencia de los católicos.
Dos meses atrás, el ministro de Obras Públicas había tenido que dimitir. En su perfil de internet se decía que estaba casado y que tenía un amante, pero se acabó demostrando que esto último era falso.
–La gente hubiera pensado mal de mí si supiera que no tenía un amante –trató de excusarse.
Luego se supo que era un criptocatólico. Muchos pidieron su procesamiento, pero el presidente se contentó con cesarle.
Casares estaba escribiendo entusiasmado.
–¿Qué vas a hacer?
–Voy a publicarlo. Inmediatamente.
–¿No vas a llamarla?
–No. Podría retirar el vídeo y decir que todo es una patraña mía. No, voy a denunciarlo. Es una vergüenza que mienta de esa manera.
–La verdad es que prefería los viejos tiempos, cuando la sexualidad de los políticos era algo íntimo, personal.
Casares me miró como si fuera un extraterrestre.
–¿Qué dices? No me vengas con tus idioteces.
–No sé, que a veces estoy cansado de todas esas fotografías, vídeos, confesiones.
Casares me hizo un gesto para que me callara.
–¿Qué pasa?
–La ministra de Hacienda. Tiene visita. Je, je, el tipo va a acabar exhausto.
La ministra había llenado su casa de cámaras cuando era diputada, y era uno de los miembros del Gobierno más populares.
–Debería pensar en adelgazar un poco. Se está poniendo muy gorda –dijo Casares.
–No sé cómo te gusta eso.
–Vamos, cállate. No tengo ganas para tus tonterías.
Siguió escribiendo durante un rato y por fin lo publicó. Siempre ponía la misma cara de satisfacción cuando pulsaba enter.
–Ya está –me dijo.
Me dejó su tablet y pude ver el titular que había utilizado: CONCEJAL CUELGA VÍDEO FALSO.
–¿Qué tamaño de fuente has utilizado? ¿48?
Ignoró mi pregunta.
–¿Has mandado copias?
–¿Por quién me tomas? ¡Claro que sí! En unas horas se sabrá por todos lados. Esta noticia va a ser trending.
lunes, 10 de septiembre de 2012
TRULL i TORNER: Romeo
Palau se excusó y me dijo que otro socio del bufete acudiría a la reunión. El asunto era demasiado complicado y no habíamos conseguido ponernos de acuerdo. Cuando le vi, pensé que se trataba de un pasante. Me estrechó enérgicamente la mano. Cabello castaño y abundante, fibroso, muy moreno. La idea de que utilizaba bronceador me hizo pensar en su cuerpo cubierto de aceite. Sacó los papeles, llenos de anotaciones a mano de Palau, y comenzó a hacerme un resumen de su propuesta. Tenía los dientes perfectamente alineados. La condonación haría innecesaria la fianza, me indicó, creo: no lograba concentrarme. Dejé que hablara y le acabé preguntando si quería tomar una copa. Me dijo que sí (¡me dijo que sí!). Antes de marcharnos, hizo una llamada; tenía que hablar con un cliente. Mientras simulaba escribir en mi agenda, le escuché pedir resueltamente más dinero. Era tan guapo
FORD: Cualquiera de los dos
Mi padre vino para participar en la Guerra de Secesión. No tenía más de quince años, pero era grandote y ya había cuatro de sus hermanos en la guerra, uno con los confederados, que murió, dos con la Unión y uno en ambos bandos, y que recibio dos pensiones. Pero cuando llegó mi padre se había terminado la guerra... Cuando le pregunté: "¿Por qué bando ibas a combatir, papá?", me contestó: "Bah, no importaba; cualquiera de los dos".
Peter BOGDANOVICH, John Ford, Tusquets, Barcelona, 1997.
domingo, 9 de septiembre de 2012
BIOY CASARES: Valor físico
Desafiado por Juan Pablo Echagüe a batirse o pelear, Gerchunoff le contestó: "Inútil. Carezco de valor físico".
Adolfo BIOY CASARES, De jardines ajenos, Tusquets, Barcelona, 1997.
ROMERO: Bonnie Clutter
Su marido confiaba en que se recuperaría. Los médicos habían encontrado por fin el origen de la enfermedad de Bonnie Clutter: no tenía nada en la cabeza, sino que la raíz de sus males estaba en la columna, desviada. No creo que fuera así. Entiendo a la señora Clutter. Se había casado un cuarto de siglo antes con un hombre enérgico, acostumbrado a conseguir lo que quería. Herb Clutter no perdía el tiempo en tonterías, "siempre obsesionado con la prisa, precipitándose a recoger su correo sin tener nunca un segundo, corriendo de acá para allá." Bonnie era muy diferente, apacible, soñadora. Gran amante de la lectura, estaba suscrita al Ladies' Home Journal, al McCall's, al Reader's Digest, al Together. Podemos imaginar a Herb apartando de manera displicente todos esos folletos; él sólo hojeaba los libros de cuentas. Llegó un momento en que la señora Clutter ya no pudo aguantar más y se refugió en su enfermedad. Pasaba gran parte del día en la cama, a oscuras, rumiando el pensamiento de que no estaba a la altura de su marido. Su profunda religiosidad impedía que la señora Clutter tratara de escapar de la prisión de River Valley. Llegó a pasar unos meses fuera, en Wichita, trabajando, feliz, completa, pero sus remordimientos le obligaron a regresar: era "poco cristiano" vivir alejada de la familia.
De alguna manera, Perry Smith y Richard Hickock también se rebelaban contra el éxito de gente como Herb Clutter. Ellos eran inteligentes, habilidosos, pero nunca habían salido de la pobreza. Para ellos, la prosperidad alcanzada por Herb Clutter era un insulto. “Si se le maltrata, nunca lo olvida”, escribió el padre de Perry. Los triunfadores como Herb Clutter, gente a lo que todo le había sonreído en la vida, maltrataban a Perry, que creía merecer algo mejor.
Desde que lo leí por vez primera, hace seis o siete años, me he convertido en fanático del libro de Capote. Me apresuré a comprar la edición de Anagrama en Letras Universales. En La Casa del Libro lo conseguí en inglés. Tengo el volumen de Anagrama lleno de subrayados, anotaciones. Dibujé un mapa de Kansas, en el que marqué la geografía del horror: Holcomb, Garden City, Olathe, Kansas City, Lansing. Cada vez que leo el libro, van cambiando mis simpatías: hubo un tiempo en que me gustó Perry y odiaba a Dick, que le delató; el señor Clutter, parapetado siempre en sus fe metodista, sólo me llamó la atención al principio; Myrtle resulta una mujer bastante curiosa; me admira la benignidad de Josie Meier siempre; me fascina la sensibilidad del agente Dewey. La última vez, me atrajo la figura de Bonnie Clutter, encadenada a una vida de la que no podía escapar; sentí lástima por ella.
P. ROMERO, Vidas apagadas.
De alguna manera, Perry Smith y Richard Hickock también se rebelaban contra el éxito de gente como Herb Clutter. Ellos eran inteligentes, habilidosos, pero nunca habían salido de la pobreza. Para ellos, la prosperidad alcanzada por Herb Clutter era un insulto. “Si se le maltrata, nunca lo olvida”, escribió el padre de Perry. Los triunfadores como Herb Clutter, gente a lo que todo le había sonreído en la vida, maltrataban a Perry, que creía merecer algo mejor.
Desde que lo leí por vez primera, hace seis o siete años, me he convertido en fanático del libro de Capote. Me apresuré a comprar la edición de Anagrama en Letras Universales. En La Casa del Libro lo conseguí en inglés. Tengo el volumen de Anagrama lleno de subrayados, anotaciones. Dibujé un mapa de Kansas, en el que marqué la geografía del horror: Holcomb, Garden City, Olathe, Kansas City, Lansing. Cada vez que leo el libro, van cambiando mis simpatías: hubo un tiempo en que me gustó Perry y odiaba a Dick, que le delató; el señor Clutter, parapetado siempre en sus fe metodista, sólo me llamó la atención al principio; Myrtle resulta una mujer bastante curiosa; me admira la benignidad de Josie Meier siempre; me fascina la sensibilidad del agente Dewey. La última vez, me atrajo la figura de Bonnie Clutter, encadenada a una vida de la que no podía escapar; sentí lástima por ella.
P. ROMERO, Vidas apagadas.
sábado, 8 de septiembre de 2012
BARCELÓ: Muerte de un oficial
Después de varios minutos de saludos, jaculatorias, intercambio de regalos, el coronel Jordà consiguió que el emir se sentara.
–¡Tevet! Tráenos un té –le gritó a su ayudante.
El asunto que Jordà tenía que tratar con el emir era ciertamente espinoso. Habían pasado ya varias semanas desde la llegada del inefable Romeu, y desde entonces se habían sucedido los problemas: un pelotón de áscaris se había insubordinado –tres ahorcados y veintisiete azotados–; la mitad de los criados habían desaparecido, se habían marchado; Montferrer, el indispensable Montferrer, había pedido el traslado. Una mañana, encontraron excrementos de vaca en la puerta de la residencia de Romeu: había sido cosa de los áscaris, probablemente, pero el coronel Jordà sospechaba que cualquiera de los oficiales podía haber perpetrado el atentado.
–Hace unas semanas llegó un nuevo oficial.
El emir abrió los brazos.
–Sí, mi sobrino me habló de él.
Jordà esperó que el emir dijera algo más, pero el hausa permaneció discretamente callado. Tevet llegó con el té y lo sirvió en silencio. El coronel aprovechó para mirar al emir. Tenía un rostro muy oscuro, negro. Si no fuera por las ropas que llevaba, no habría manera de distinguirlo de otros hausa, pero el emir se ufanaba de descender de un príncipe fatimí y de hablar árabe.
–Querido amigo, tengo que reconocerte que estamos muy descontentos con el capitán Romeu.
El emir, expectante, sorbía el té.
–Me gustaría que le invitaras a cazar.
–¿Qué le invite a cazar?
–Sí, a una partida de caza. Que cace, no sé, un búfalo, un león, lo que sea.
El emir lanzó una mirada confusa al coronel Jordà.
–Desde luego, si al capitán le pasara algo, si sufriera un accidente, tú no serías el culpable, mi querido amigo, no te consideraríamos responsable de su muerte.
–¡Tevet! Tráenos un té –le gritó a su ayudante.
El asunto que Jordà tenía que tratar con el emir era ciertamente espinoso. Habían pasado ya varias semanas desde la llegada del inefable Romeu, y desde entonces se habían sucedido los problemas: un pelotón de áscaris se había insubordinado –tres ahorcados y veintisiete azotados–; la mitad de los criados habían desaparecido, se habían marchado; Montferrer, el indispensable Montferrer, había pedido el traslado. Una mañana, encontraron excrementos de vaca en la puerta de la residencia de Romeu: había sido cosa de los áscaris, probablemente, pero el coronel Jordà sospechaba que cualquiera de los oficiales podía haber perpetrado el atentado.
–Hace unas semanas llegó un nuevo oficial.
El emir abrió los brazos.
–Sí, mi sobrino me habló de él.
Jordà esperó que el emir dijera algo más, pero el hausa permaneció discretamente callado. Tevet llegó con el té y lo sirvió en silencio. El coronel aprovechó para mirar al emir. Tenía un rostro muy oscuro, negro. Si no fuera por las ropas que llevaba, no habría manera de distinguirlo de otros hausa, pero el emir se ufanaba de descender de un príncipe fatimí y de hablar árabe.
–Querido amigo, tengo que reconocerte que estamos muy descontentos con el capitán Romeu.
El emir, expectante, sorbía el té.
–Me gustaría que le invitaras a cazar.
–¿Qué le invite a cazar?
–Sí, a una partida de caza. Que cace, no sé, un búfalo, un león, lo que sea.
El emir lanzó una mirada confusa al coronel Jordà.
–Desde luego, si al capitán le pasara algo, si sufriera un accidente, tú no serías el culpable, mi querido amigo, no te consideraríamos responsable de su muerte.
BIERCE: Aborígenes
Aborígenes, s. Seres de escaso mérito que entorpecen el suelo de un país recién descubierto. Pronto dejan de entorpecer; entonces, fertilizan.
Ambrose BIERCE, Diccionario del diablo.
ROSÁN: El apellido Hitler
No parece que los italianos hayan condenado el apellido Mussolini. El Duce tuvo cinco hijos: Edda, Vittorio, Bruno, Romano y Anna Maria. Bruno murió en 1941 en un accidente de aviación. Vittorio vivió durante muchos años en Argentina (allí, la colonia italiana era numerosa y muchos fascistas habían sido acogidos por Perón con los brazos abiertos). Hace unos años, el nacimiento de Carlo, bisnieto de Vittorio, garantizaba la conservación del apellido Mussolini. Romano renunció rápidamente al seudónimo que adoptó después de la guerra y formó un grupo que, inequívocamente, se llamó Romano Mussolini All Stars: tocaban jazz. La hija de Romano, Alessandra Mussolini, es eurodiputada.
Mussolini es un apellido poco frecuente en Italia. En las Mappe dei Cognomi Italiani sólo se registran 24. Se cree que adoptaron este apellido los tejedores de muselina (mussola en italiano), un tela fina y transparente originaria de Mosul. La forma Mussolini es típica de la Romaña. Variantes son Musolini, Mussolino y Musolino.
Hitler, al parecer, no quiso tener hijos porque pensó que serían idiotas: mantenía la curiosa teoría, incoherente para un racista, de que la genialidad no se transmite a los descendientes. Veía a su padre como un ser obtuso y sospechaba que sus vástagos serían pusilánimes y estúpidos; se creía capaz de educar al pueblo alemán pero no a dos o tres hijos.
Algunos sostienen que en Alemania y Austria, después de la guerra, desapareció el apellido Hitler. En realidad, nunca fue demasiado frecuente. En Das Telefonbuch, hay 34 personas apellidadas Hüttler, cinco Hittler, dos Hiedler y un Hitler. Alois era el hijo natural de Anna Maria Schicklgruber y no fue legitimado hasta los 39 años. Se cree que el padre de Hitler se equivocó al registrar su apellido, pues su supuesto progenitor solía escribirlo como Hiedler; una hermanastra, más ilustrada, firmaba Hüttler. Probablemente, sucedía como en Hispanoamérica, donde Velázquez, Velásquez (la forma más habitual allí), Belásquez, Velasques y Belasques se pronuncian de la misma manera.
Alois Schicklgruber-Hitler tuvo dos hijos de su primer matrimonio, Alois y Angela, y seis de su segundo, aunque sólo dos llegaron a edad adulta: Adolf y Paula. Ésta, para no ser molestada, utilizaba el apellido Wolf, que era el nom de guerre de su hermano en los años 20, o más bien su nom d'hôtel: los hosteleros siempre le decían a Herr Hitler que acababan de ocupar la última habitación libre, pero Herr Wolf no tenía problemas en hacer la reserva.
Alois, hermanastro de Hitler, se casó en Alemania y emigró posteriormente a Reino Unido, donde formó una nueva familia. En los años 20 regresó a Alemania y fue condenado por bígamo. Usó el apellido Hiller después de la guerra. William Patrick Hitler, por recomendación especial del presidente Roosevelt, consiguió alistarse en la US Navy en 1944. Probablemente no sabía que su hermanastro alemán, Heinz, había muerto en Moscú en 1942. Los hijos ingleses de Alois adoptaron el apellido Stuart-Houston después de la guerra.
Hoy en día, Hitler es un apellido más común en Estados Unidos que en Alemania y Austria. Una turbamulta de granjeros Hitler emigró a las Trece Colonias en el siglo XVIII y se asentó en el valle del Ohio. Sus descendientes siguen llevando el apellido con orgullo o, más bien, recordando con orgullo que era el de una tatarabuela.
¿Y qué significa el apellido Hitler/Hittler/Hiedler/Hüttler? Ciertamente, su origen es bastante vulgar. Proviene de Hütte (Hittn en el dialecto austro-bávaro que hablaba Hitler), 'choza', 'cabaña', 'guarida'. ¿Quién no tiene un antepasado que haya vivido en una choza? Ahora se entiende mejor que el Führer, mortificado por su apellido, le dijera a Himmler que abandonara las excavaciones arqueológicas: sólo iba a descubrir que los antiguos germanos vivían en cabañas de barro, elaboraban una cerámica tosca y culturalmente no estaban mucho más avanzados que los apaches de Karl May.
Mussolini es un apellido poco frecuente en Italia. En las Mappe dei Cognomi Italiani sólo se registran 24. Se cree que adoptaron este apellido los tejedores de muselina (mussola en italiano), un tela fina y transparente originaria de Mosul. La forma Mussolini es típica de la Romaña. Variantes son Musolini, Mussolino y Musolino.
Hitler, al parecer, no quiso tener hijos porque pensó que serían idiotas: mantenía la curiosa teoría, incoherente para un racista, de que la genialidad no se transmite a los descendientes. Veía a su padre como un ser obtuso y sospechaba que sus vástagos serían pusilánimes y estúpidos; se creía capaz de educar al pueblo alemán pero no a dos o tres hijos.
Algunos sostienen que en Alemania y Austria, después de la guerra, desapareció el apellido Hitler. En realidad, nunca fue demasiado frecuente. En Das Telefonbuch, hay 34 personas apellidadas Hüttler, cinco Hittler, dos Hiedler y un Hitler. Alois era el hijo natural de Anna Maria Schicklgruber y no fue legitimado hasta los 39 años. Se cree que el padre de Hitler se equivocó al registrar su apellido, pues su supuesto progenitor solía escribirlo como Hiedler; una hermanastra, más ilustrada, firmaba Hüttler. Probablemente, sucedía como en Hispanoamérica, donde Velázquez, Velásquez (la forma más habitual allí), Belásquez, Velasques y Belasques se pronuncian de la misma manera.
Alois Schicklgruber-Hitler tuvo dos hijos de su primer matrimonio, Alois y Angela, y seis de su segundo, aunque sólo dos llegaron a edad adulta: Adolf y Paula. Ésta, para no ser molestada, utilizaba el apellido Wolf, que era el nom de guerre de su hermano en los años 20, o más bien su nom d'hôtel: los hosteleros siempre le decían a Herr Hitler que acababan de ocupar la última habitación libre, pero Herr Wolf no tenía problemas en hacer la reserva.
Alois, hermanastro de Hitler, se casó en Alemania y emigró posteriormente a Reino Unido, donde formó una nueva familia. En los años 20 regresó a Alemania y fue condenado por bígamo. Usó el apellido Hiller después de la guerra. William Patrick Hitler, por recomendación especial del presidente Roosevelt, consiguió alistarse en la US Navy en 1944. Probablemente no sabía que su hermanastro alemán, Heinz, había muerto en Moscú en 1942. Los hijos ingleses de Alois adoptaron el apellido Stuart-Houston después de la guerra.
Hoy en día, Hitler es un apellido más común en Estados Unidos que en Alemania y Austria. Una turbamulta de granjeros Hitler emigró a las Trece Colonias en el siglo XVIII y se asentó en el valle del Ohio. Sus descendientes siguen llevando el apellido con orgullo o, más bien, recordando con orgullo que era el de una tatarabuela.
¿Y qué significa el apellido Hitler/Hittler/Hiedler/Hüttler? Ciertamente, su origen es bastante vulgar. Proviene de Hütte (Hittn en el dialecto austro-bávaro que hablaba Hitler), 'choza', 'cabaña', 'guarida'. ¿Quién no tiene un antepasado que haya vivido en una choza? Ahora se entiende mejor que el Führer, mortificado por su apellido, le dijera a Himmler que abandonara las excavaciones arqueológicas: sólo iba a descubrir que los antiguos germanos vivían en cabañas de barro, elaboraban una cerámica tosca y culturalmente no estaban mucho más avanzados que los apaches de Karl May.
viernes, 7 de septiembre de 2012
BIOY CASARES: Mentiras e inexactitudes
No me importa la mentira, pero odio la inexactitud.
Adolfo BIOY CASARES, De jardines ajenos, Tusquets, Barcelona, 1997.
WARSZAWSKI: El coronel Tutasz
-¡Maciek, Maciek!
El coronel Tutasz, como hacía todas las mañanas cuando llegaba a su oficina, necesitaba su café. ¿Dónde demonios se habría metido su ayudante? Se asomó a la ventana, pero sólo vio a los criados negros limpiando el patio. Estarían allí toda la mañana, levantando polvo y no dejándolo más limpio de lo que estaba antes.
-Señor.
-Ah, Maciek.
El coronel vio que su ayudante traía el café en la mano. Se sentó y miró la cara de Maciek. La malaria parecía que le había remitido. Estaba preocupado por su ayudante: durante unos días parecía que iba a necesitar pedir el traslado a la metrópoli, pero quizá aquello ya no sucediera.
-¿Ha llegado el correo?
-No, mi coronel. Telegrafiaron esta mañana desde Nowa Łódź y dijeron que no había rastro del barco.
El coronel Tutasz se llevó la taza a los labios. Aquel café era excelente. Sólo temía que el próximo envío no tuviera esa calidad. Ya había ordenado a Maciek que guardara un poco para los malos tiempos. Quizá enviara un poco a su mujer que, no pudiendo soportar aquel malévolo clima, había regresado a la metrópoli un año atrás.
-¿Algo del interior?
-El capitán Górniak no ha enviado ningún mensaje. Todo va bien.
-Górniak es un buen soldado.
Aquello le recordó el otro asunto que tenía que tratar con Maciek.
-¿Ha dado señales de vida el condenado Romanowicz?
-No, nada. Quizá el capitán llegue con el correo.
-¿Cuándo tenía que incorporarse?
-Tiene hasta el viernes –señaló Maciek.
-Maldita sea.
Tutasz había conocido a Romanowicz diez años atrás, en Białystok, Podlesia, al otro lado del mundo. Entonces Tutasz era capitán y Romanowicz un teniente que acababa de dejar la Academia. El joven teniente era el militar más torpe de la Armia Krajowa. Tutasz apenas había pensado en él en todos esos años. Suponía que le habían licenciado y que ahora trabajaba en una oscura oficina. Encontrar su nombre en la lista de los nuevos oficiales le había resultado asombroso.
-¿Qué haremos con él?
-¿Qué?
Tutasz se dio cuenta de que había hablado en voz alta. En principio había pensado enviar a Romanowisz con un pelotón de áscaris a uno de los poblados de la montaña. Con un poco de suerte, se acabaría el problema. Sin embargo, cada vez que moría un oficial blanco, en Nowa Łódź se ponían muy nerviosos: uno de sus peores temores era que se produjera una rebelión general de la colonia.
Quizá aquel clima acabara con él. Es lo que esperaba el coronel Tutasz. El maldito clima tropical mataba a más europeos que las flechas de los nativos.
El coronel Tutasz, como hacía todas las mañanas cuando llegaba a su oficina, necesitaba su café. ¿Dónde demonios se habría metido su ayudante? Se asomó a la ventana, pero sólo vio a los criados negros limpiando el patio. Estarían allí toda la mañana, levantando polvo y no dejándolo más limpio de lo que estaba antes.
-Señor.
-Ah, Maciek.
El coronel vio que su ayudante traía el café en la mano. Se sentó y miró la cara de Maciek. La malaria parecía que le había remitido. Estaba preocupado por su ayudante: durante unos días parecía que iba a necesitar pedir el traslado a la metrópoli, pero quizá aquello ya no sucediera.
-¿Ha llegado el correo?
-No, mi coronel. Telegrafiaron esta mañana desde Nowa Łódź y dijeron que no había rastro del barco.
El coronel Tutasz se llevó la taza a los labios. Aquel café era excelente. Sólo temía que el próximo envío no tuviera esa calidad. Ya había ordenado a Maciek que guardara un poco para los malos tiempos. Quizá enviara un poco a su mujer que, no pudiendo soportar aquel malévolo clima, había regresado a la metrópoli un año atrás.
-¿Algo del interior?
-El capitán Górniak no ha enviado ningún mensaje. Todo va bien.
-Górniak es un buen soldado.
Aquello le recordó el otro asunto que tenía que tratar con Maciek.
-¿Ha dado señales de vida el condenado Romanowicz?
-No, nada. Quizá el capitán llegue con el correo.
-¿Cuándo tenía que incorporarse?
-Tiene hasta el viernes –señaló Maciek.
-Maldita sea.
Tutasz había conocido a Romanowicz diez años atrás, en Białystok, Podlesia, al otro lado del mundo. Entonces Tutasz era capitán y Romanowicz un teniente que acababa de dejar la Academia. El joven teniente era el militar más torpe de la Armia Krajowa. Tutasz apenas había pensado en él en todos esos años. Suponía que le habían licenciado y que ahora trabajaba en una oscura oficina. Encontrar su nombre en la lista de los nuevos oficiales le había resultado asombroso.
-¿Qué haremos con él?
-¿Qué?
Tutasz se dio cuenta de que había hablado en voz alta. En principio había pensado enviar a Romanowisz con un pelotón de áscaris a uno de los poblados de la montaña. Con un poco de suerte, se acabaría el problema. Sin embargo, cada vez que moría un oficial blanco, en Nowa Łódź se ponían muy nerviosos: uno de sus peores temores era que se produjera una rebelión general de la colonia.
Quizá aquel clima acabara con él. Es lo que esperaba el coronel Tutasz. El maldito clima tropical mataba a más europeos que las flechas de los nativos.
jueves, 6 de septiembre de 2012
S.T.T.L. Horacio Vázquez-Rial
Sería un idiota si esto me cogiera por sorpresa, y un mentiroso si fingiera sorprenderme. He fumado más de cuarenta cigarrillos diarios durante medio siglo. Si fueran cincuenta, ya estaría contando por encima de los 900.000: Un millón de cigarrillos tituló su libro de recuerdos Marcello Mastroianni porque era lo que estimaba haber fumado en los 72 años que vivió. Bebió menos de lo que fumó, pero murió de cáncer de páncreas. Otros llegan a la misma situación sin haber inhalado humo de tabaco en su vida, por una inclinación genética o, quizás, un accidente de programación, pero es verdad que el tabaco mata.
Tengo la convicción de que, si no hay interrupciones injustas debidas a la violencia o a desviaciones accidentales del destino, la naturaleza, creación perfecta, nos prepara con el correr de los años para la muerte. Así como se ha demostrado que la percepción del paso del tiempo se acelera a partir de los cincuenta por un proceso hormonal, se demostrará finalmente que cambia en el mismo sentido nuestra noción de la vida y de su final inevitable: si a los veinte es una idea horrible, abismal, a los sesenta se considera su posibilidad como algo mucho menos tremendo, y he visto gente mucho mayor morir por decisión o renuncia o simple cansancio.
No tengo miedo a la muerte. Ninguno. Soy agnóstico, pero he vivido según la norma pascaliana, "como si Dios existiera". No temo, pues, al juicio divino ni a la nada.
Horacio VÁZQUEZ-RIAL, La muerte, es decir, la vida.
Libertad Digital, lunes 1 de agosto de 2011.
Artículo completo
miércoles, 5 de septiembre de 2012
BIOY CASARES: Epitafio de Robespierre
Epitafio para Robespierre:
Paseante, no llores mi muerte:
Si yo viviera, tú habrías muerto.
Paseante, no llores mi muerte:
Si yo viviera, tú habrías muerto.
Adolfo BIOY CASARES, De jardines ajenos, Tusquets, Barcelona, 1997.
martes, 4 de septiembre de 2012
GONZÁLEZ: Cómo conseguir que no te echen de menos
Se había encerrado más y más en sí mismo, se había hecho más intolerante que nunca. Ese es el secreto de una buena muerte: ser un auténtico diablo, un tipo insufrible durante los últimos años. En este caso, la gente asume más fácilmente tu muerte.
Enric GONZÁLEZ, Historias de Londres, RBA, Barcelona, 2010.
lunes, 3 de septiembre de 2012
BURROUGHS: No supo que estaba muerto
La bestia es tan grande y su organización nerviosa de un calibre tan bajo que tardó su tiempo en que la inteligencia de la muerte llegara y se marcara en el diminuto cerebro. La cosa estaba muerta cuando sus balas la alcanzaron, pero no lo supo.
Edgar Rice BURROUGHS, La tierra olvidada por el tiempo, Pulp Ediciones, Madrid, 2003.
GONZÁLEZ: Adopción canina
Un hombre uniformado llamó a nuestra puerta al cabo de una semana, hacia la hora de cenar. Era un tipo de mediana edad y aspecto severo, grande como un armario, con un uniforme azul cubierto de insignias, galones y dorados, provisto de una placa de inspector de la perrera de Battersea. Me dio las buenas noches con un estremecedor vozarrón de sargento instructor.
Yo le hice pasar con cierta torpeza de gestos: tenía un cigarrillo en una mano y un vaso de whisky en la otra.
-Veo que fuma usted. ¿Bebe con frecuencia? -inquirió secamente.
Un tipo con aspecto de policía y voz de policía no siempre resulta reconfortante cuando se mete en casa de uno.
-Oh, muy de vez en cuando -respondí con una sonrisa patética.
El hombretón uniformado se abrió paso hacia la cocina.
-¿Es aquí donde dormirá el perro?
-No sé -balbuceé-. Es posible que duerma con nosotros.
-Los perros deben dormir en la cocina, y la de ustedes es demasiado pequeña y tiene un ventilación deficiente. Además, carece de jardín. En general, la casa me parece bastante inadecuada. Ustedes son españoles, ¿no?
Vi en sus ojos lo que pensaba. Yo era un español alcoholizado y genéticamente cruel que torearía al pobre perro cada tarde, le clavaría las banderillas, apagaría mi cigarrillo sobre su lomo y, entre grandes risotadas, lo arrojaría desde la azotea.
-La casa es adecuada para nosotros, la calle es peatonal y tenemos aquí mismo los parques -argumenté sin convicción.
El hombre asintió mientras marcaba con cruces las casillas de un formulario.
El caso estaba cerrado. No habría adopción canina.
Yo le hice pasar con cierta torpeza de gestos: tenía un cigarrillo en una mano y un vaso de whisky en la otra.
-Veo que fuma usted. ¿Bebe con frecuencia? -inquirió secamente.
Un tipo con aspecto de policía y voz de policía no siempre resulta reconfortante cuando se mete en casa de uno.
-Oh, muy de vez en cuando -respondí con una sonrisa patética.
El hombretón uniformado se abrió paso hacia la cocina.
-¿Es aquí donde dormirá el perro?
-No sé -balbuceé-. Es posible que duerma con nosotros.
-Los perros deben dormir en la cocina, y la de ustedes es demasiado pequeña y tiene un ventilación deficiente. Además, carece de jardín. En general, la casa me parece bastante inadecuada. Ustedes son españoles, ¿no?
Vi en sus ojos lo que pensaba. Yo era un español alcoholizado y genéticamente cruel que torearía al pobre perro cada tarde, le clavaría las banderillas, apagaría mi cigarrillo sobre su lomo y, entre grandes risotadas, lo arrojaría desde la azotea.
-La casa es adecuada para nosotros, la calle es peatonal y tenemos aquí mismo los parques -argumenté sin convicción.
El hombre asintió mientras marcaba con cruces las casillas de un formulario.
El caso estaba cerrado. No habría adopción canina.
Enric GONZÁLEZ, Historias de Londres, RBA, Barcelona, 2010.
BIOY CASARES: ¿Puedo ser más exigente que Dios?
El rabino Moisés Leib dio una vez su última moneda a un hombre de mala reputación. Sus discípulos se lo reprocharon. A lo que respondió:
-¿Puedo ser más exigente que Dios, que me dio la moneda a mí?
-¿Puedo ser más exigente que Dios, que me dio la moneda a mí?
Adolfo BIOY CASARES, De jardines ajenos, Tusquets, Barcelona, 1997.
viernes, 31 de agosto de 2012
BRECHT: Las guerras balcánicas
Un hombre viejo y enfermo caminaba por el campo. De pronto lo asaltaron cuatro mocetones y le quitaron sus pertenencias. Triste, el anciano prosiguió su camino. Pero en la encrucijada más cercana vio, sorprendido, cómo tres de los ladrones atacaban al cuarto para despojarlo del botín. Durante la trifulca, éste cayó al suelo. Lleno de alegría, el anciano lo recogió y se alejó a toda prisa. Pero en la ciudad más próxima fue detenido y conducido ante el juez. Allí estaban los cuatro mocetones, nuevamente bien avenidos, y lo acusaban.
El juez dictaminó lo siguiente: el anciano debería devolver a los jóvenes el último bien que le quedaba.
-De lo contrario -dijo el sabio y justo magistrado-, esos cuatro individuos podrían sembrar la discordia en el país.
El juez dictaminó lo siguiente: el anciano debería devolver a los jóvenes el último bien que le quedaba.
-De lo contrario -dijo el sabio y justo magistrado-, esos cuatro individuos podrían sembrar la discordia en el país.
Bertolt BRECHT, Narrativa completa. 1. Relatos. 1913-1927, Alianza, Madrid, 1998.
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