Soy un animal que jamás existió. Todo lo que les diga a partir de este momento, por lo tanto, les llega desde una dimensión mágica en la que a pesar de todo, deberían ustedes creer.
Me llamo Unicornio. Me describen como un animal pequeño, semejante al macho cabrío, con un solo cuerno en medio de la frente. Dicen que tengo la virtud de purificar el agua de las fuentes. Mi fiereza es proverbial y los cazadores, temerosos, me rehuyen. Cuando descubro una doncella virgen, sin embargo, pierdo toda mi ferocidad. Me aproximo a ella, salto a su regazo y la dulce muchacha me acaricia, me alimenta y me conduce a su palacio.
Estas dos circunstancias (el temor que inspiro a los cazadores y la mansedumbre que demuestro ante las doncellas) hacen, de cualquier modo, que de vez en cuando me formule algunas preguntas de difícil respuesta:
Primera pregunta: ¿Y si los cazadores no se nos acercasen, no por el temor que podamos inspirarles, sino, simplemente, porque saben que somos una entelequia?
Segunda pregunta: ¿Es que acaso hay cazadores tan entusiastas que persigan quimeras?
Tercera pregunta: los libros dicen que, al ser apresados por una doncella, el demonio que hay encerrado dentro de nosotros es vencido por la castidad. Eso estaría muy bien , pero ¿ y si fuese precisamente al revés? ¿Y si fuésemos nosotros los que, atraídos por el raro perfume de las doncellas, nos acercásemos a ellas para seducirlas?
Cuarta pregunta: ¿Y si ellas, enardecidas por nuestras ardientes miradas, nos condujesen a sus palacios para consumar amores sin nombre, que los hombres nacidos de mujer ni siquiera son capaces de imaginar?
Javier TOMEO, El unicornio.