Cuando llegamos a Austin me propusieron visitar la universidad. Era muy grande y ultramoderna. Los estudiantes jóvenes, hermosos y ruidosos, se divertían en la piscina o en el restaurante. Algunas parejas paseaban por el campus cubierto de césped y bordeado de robles. Alrededor del campus había numerosos pilares. Pregunté para qué servían. La respuesta fue maravillosa:
—En lo alto de los pilares hay unos focos que iluminan todo el campus desde el anochecer e imitan, con sus reflejos, el claro de luna. Sirven para impedir cualquier actividad amorosa nocturna. Los instalaron después de que se produjeran unos cuantos escándalos —concluyó mi interlocutor, entre risas.
Un poco más allá pasamos ante la estatua del fundador de la universidad, que estaba sentado en un sillón.
—¿Ve esta estatua? —prosiguió mi amigo—. Según un proverbio de la universidad, cuando una chica, después de cuatro años de estudios y de vida en el campus sigue virgen y pasa ante esta estatua, la estatua se levanta.
Dominique LAPIERRE, Un dólar cada mil kilómetros, Planeta, Barcelona, 2001.