Un veterano carlista explica a Mola la receta para tomar fortines o casas donde el enemigo se las tenga tiesas: "Primero se derriba la puerta a cañonazos. Luego se penetra en el portal por medio de un auto blindado, y una vez ganada la planta baja, se vierte en ella un costal de paja, se le prende fuego y se arroja sobre la hoguera una docena de guindillas bien secas, las cuales invadirán con un vapor todo el edificio que les pondrá en la alternativa de asfixiarse todos, entregarse o huir. Con este motivo le saluda este pobre veterano, cadete de Carlos VII, que desea el triunfo de la religión, de la patria y de un rey católico que extirpe todas las herejías... Así se evitan derramamientos de sangre".
Echar el pulmón por la boca no le parecía derramamiento de sangre a este arbitrista militar, que no andaba muy descaminado en su invento, pues a guindillazos rindió Espoz y Mina, un tipo de una vez, a los gabachos que guarnecían Puente la Reina, en pleno camino de Santiago, y algo así hizo Zumalacárregui en la ribera de Navarra.
Rafael GARCÍA SERRANO, Diccionario para un macuto, Editora Nacional, Madrid, 1964.