En la cámara de torturas, lo interrogó el enviado del rey.
—¿Quiénes son tus cómplices? —le preguntó .
Y Tupac Amaru contestó:
—Aquí no hay más cómplices que tú y yo. Tú por opresor y yo por libertador, merecemos la muerte.
Fue condenado a morir descuartizado. Lo ataron a cuatro caballos, brazos y piernas en cruz, y no se partió. Las espuelas desgarraban los vientres de los caballos, que en vano pujaban, y no se partió.
Hubo que recurrir al hacha del verdugo.
Era un mediodía de sol feroz, tiempo de larga sequía en el valle del Cuzco, pero el cielo fue negro de pronto y se rompió y descargó una lluvia de esas que ahogan al mundo.
También fueron descuartizados los otros jefes y jefas rebeldes, Micaela Bastidas, Tûpac Catari, Bartolina Sisa, Gregoria Apaza… Y sus pedazos fueron paseados por los pueblos que habían sublevado, y fueron quemados, y sus cenizas arrojadas al aire, para que de ellos no quede memoria.
Eduardo GALEANO, Espejos. Una historia casi universal, Siglo XXI, Madrid, 2008.