Van los del Pecé a las chabolas de Almedina y preguntan por el jefe de los gitanos. ¿El jefe, el jefe? Todo dios buscando al jefe. Al fin, aparece el jefe y uno del Pecé empieza con la de siempre, que el Partido va a redimirles, que el Pecé es el Partido de los marginados y que si tal y que si cual. A todo esto, el jefe de los gitanos no le quita ojo a la hoz y el martillo de la bandera. Y el del Pecé, dale, que es una injusticia más de la sociedad capitalista, joder, y que la solución está en que se afilien todos al Partido. Cuando acaba, el jefe de los gitanos le dice que bien, que está muy bien, pero que con esto de la democracia él no puede tomar una determinación sin consultar a la tribu y que, si no les molesta, vuelvan al día siguiente. Los del Pecé se van jodidos, pero vuelven a la mañana siguiente y preguntan por el jefe. ¿El jefe, el jefe? Todo dios a buscar al jefe. Al fin sale el jefe y se queda mirando la hoz y el martillo todo el tiempo.
-Bueno -le dice el del Pecé- supongo que ya os habréis decidido, camaradas.
-Pues sí señor -contesta el jefe de los gitanos-: Hemos determinado por unanimidad afiliarnos al Partido.
Al del Pecé, joder, se le hace la boca agua.
-Dile a tu pueblo, camarada, que agradecemos su confianza y...
En estas, el jefe de los gitanos levanta una mano:
-Un momento, tú. Todos estamos de acuerdo en afiliarnos al Partido pero con una condición.
El del Pecé sonríe y pregunta en tono conciliador:
-¿Qué es ello?
Entonces, el jefe de los gitanos se adelanta, apunta con un dedo a la hoz y el martillo y dice muy serio:
-Que quitéis la herramienta de la bandera.
Miguel DELIBES, El disputado voto del señor Cayo, Destino, Barcelona, 1979.