A Catón se le tenía por grande gracias a la integridad de su vida. Le confería dignidad su severidad. Había alcanzado la gloria sin conceder nada. En él, los canallas hallaban su perdición. Se le elogiaba su firmeza. Catón se afanaba por la moderación, el decoro y, sobre todo, la austeridad. Competía no con el rico en riquezas ni con el faccioso en banderías, sino con el valiente en valor, con el recatado en pudor, con el desprendido en desinterés. Prefería ser bueno a parecerlo; de este modo, cuanto menos buscaba la gloria, tanto más le perseguía ésta.
SALUSTIO, Conjuración de Catilina, Editorial Gredos, Madrid, 1997.