-Hay mucho tiempo por delante. Ya hablaremos entonces.
Johnson, cuyo disfraz de Santa Claus se hallaba desgarrado, abrió la boca, la cerró, la volvió a abrir, la cerró de nuevo, la abrió otra vez y finalmente consiguió hablar:
-Comandante, quieren que venga todos los años.
-Yo lo sé, pero el año próximo no se acordarán.
-Pero, no comprende... Un año para ellos es una revolución completa alrededor de Júpiter. Esto significa una semana y tres horas del tiempo terrestre. ¡Quieren que Santa Claus venga todas las semanas!
-¡Todas las semanas! -rugió Pelham.
Durante unos instantes le pareció que todo eran chispas dando saltos mortales. Se quedó sin respiración y automáticamente sus ojos buscaron a Johnson, que, frío hasta el tuétano, se había levantado sobrecogido y se había deslizado hacia la puerta. Se detuvo cuando estaba en el umbral; de repente recordó la tradición.
Con la barba semidesprendida graznó:
-¡Felices Navidades y buenas noches a todos!
Corrió hacia el trineo como si todos los diablos le pisaran los talones. No eran los diablos, era el comandante Pelham.