Me sentía satisfecha. Aunque con un moscardón en la cabeza, que zumbaba, zumbaba ... Como si acabara de ver o entrever algo donde no habría debido estar, como no habría debido ser ... Me provocaba una preocupación, una confusa turbulencia: un simulacro de verdad que me tanteaba la mente con las manos, buscando en ella una rendija ...
Me paré a tomar nota, para futura memoria, de la simple sensación, sin indicarla con otro signo que un interrogante. Confiada, además, en que acabaría por dar con ella; que sabría arrancarle, como un sabueso de novela, la dirección para resolver la incógnita del rompecabezas.
Gesualdo BUFALINO, Qui pro quo, Anagrama, Barcelona, 1992.