Al día siguiente en el trabajo nos preguntaron el motivo de nuestra marcha repentina. Admitimos que habíamos ido a apostar en la última carrera y que teníamos intención de volver aquella tarde. Manny había elegido su caballo y yo también. Algunos de los chicos nos preguntaron si podíamos hacer algunas apuestas por ellos. Yo dije que no sabía. Al mediodía, Manny y yo nos fuimos a almorzar a un bar.
—Hank, vamos a cogerles sus apuestas.
—Esos tíos no tienen apenas dinero, todo lo que tienen es la calderilla para el café y el chicle que les dan sus esposas y no tenemos tiempo para andar haciendo el imbécil en las ventanillas de dos dólares.
—No vamos a apostar su dinero, nos lo guardaremos.
—Pero supón que ganan.
—No ganarán. Siempre escogen el caballo equivocado. De algún modo se las arreglan siempre para escoger el caballo equivocado.
—Supón que apuestan a nuestro caballo.
—Entonces sabremos que nos hemos equivocado de caballo.
—Manny, ¿qué haces trabajando con repuestos de automóviles?
—Descansando. Mis ambiciones sufren el handicap de la pereza.
Nos bebimos otra cerveza y volvimos al almacén.
Charles BUKOWSKI, Factotum, Anagrama, Barcelona, 2000.