Gravemente enfermo, pidió que lo llevaran al estrado del Covent Garden. Y allí se irguió entre sus fieles, gigantesco y ciego, entre sus amigos músicos y cantantes, que no podían resignarse a ver sus ojos apagados para siempre. Pero al acudir a su encuentro las oleadas de sonidos, al expandirse el vibrante júbilo de cientos de voces proclamando la Gran Certeza, se iluminó su fatigado rostro y quedó transfigurado. Agitó los brazos llevando el compás, cantó con tanto fervor como si fuese un sacerdote que estuviera oficiando su propio réquiem y oró con todos por su salvación y la de toda la Humanidad. Sólo una vez, cuando, a la voz de "La trompeta sonará", dejó ésta oír sus acordes, se estremeció y miró a lo alto con sus ciegos ojos, como si ya estuviese preparado para presentarse al Juicio Final. Sabía que había cumplido bien su misión. Podía comparecer ante Dios con la serenidad del deber cumplido.
Stefan ZWEIG, Momentos estelares de la humanidad, Editorial Juventud, Barcelona, 2004.