Cuando los españoles llegaron a la isla de Cuba se encontraron a unos indios, llamados taínos, que lo único que hacían era fumar, comer de lo que les daba la tierra, que se lo regalaba, porque allí todo nacía sato, caía una semilla de cualquier cosa en el suelo, y ¡zas!, aquello crecía desaforada y afortunadamente hacia todos los rumbos, con sus frutos, flores, y demás; pescar, fumar tabaco, y hacer el amor. Hacer el amor y no la guerra, avant la lettre. Los taínos eran los seres más pacíficos del planeta, y si nos ponemos, también fueron hippies antes que los mismos hippies se enteraran de lo que quería decir todo aquel relajo. Los taínos eran muy del relajo, la fumadera, y el buen vivir. Los perros no ladraban, dicen, aprendieron a ladrar con los perros españoles, o sea, con los canes que llevaron los españoles, que sí hacían mucha bulla con el fin de aterrorizar. Los taínos, no es que fueran cobardes, eran –como ya dije y repito– pacíficos. Seres de amor y de paz. Cuando vieron que no podían enfrentarse a lo que se les venía encima se plegaron a las órdenes. Los más conscientes del problema decidieron lanzarse desde las rocas hacia el mar, y romperse la crisma en el oleaje.
Zoé VALDÉS, De los taínos a los cubanos.
Libertad Digital, 14 de diciembre de 2011.
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