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Quizá, como la legendaria Brunilda, al entregar su cuerpo a un hombre sentía la necesidad de vengarse causando el sufrimiento de otros. Desde luego, su pertenencia a una familia noble del Rin la llevaba a odiar a los sajones. La noticia de la matanza de Verden, donde guerreros postrados de rodillas habían sido asesinados como si fueran ganado en el matadero, la había espantado. El rey tal vez disfrutara con la compañía de Fastrada en Eresburgo, la plaza fuerte sajona, pero la guarnición y los numerosos cautivos sajones encerrados en la empalizada de troncos mal podían compartir su gozo. Cuando su real esposo se ausentaba en alguna expedición, Fastrada podía llevar a cabo su guerra personal contra las familias indefensas, sajonas y paganas, a merced de su guardia armada. Esto la excitaba más que cabalgar tras un fatigado ciervo para darle caza.
Harold LAMB, Carlomagno, Edhasa, Barcelona, 2002.