Hija consentida, tal vez única, de un conde renano, Fastrada cabalgó junto a Carlomagno considerando a su corte y a su pueblo como meros servidores de su voluntad. Sus doncellas trabajaban como esclavas bordando satén y seda púrpura para sus vestidos. Tal vez fuera hermosa, pero los anales de la corte dicen que era orgullosa, arrogante y cruel. De toda la gente cercana a Carlomagno, ella era la única capaz de salirse con la suya frente a la voluntad del rey.
Quizá, como la legendaria Brunilda, al entregar su cuerpo a un hombre sentía la necesidad de vengarse causando el sufrimiento de otros. Desde luego, su pertenencia a una familia noble del Rin la llevaba a odiar a los sajones. La noticia de la matanza de Verden, donde guerreros postrados de rodillas habían sido asesinados como si fueran ganado en el matadero, la había espantado. El rey tal vez disfrutara con la compañía de Fastrada en Eresburgo, la plaza fuerte sajona, pero la guarnición y los numerosos cautivos sajones encerrados en la empalizada de troncos mal podían compartir su gozo. Cuando su real esposo se ausentaba en alguna expedición, Fastrada podía llevar a cabo su guerra personal contra las familias indefensas, sajonas y paganas, a merced de su guardia armada. Esto la excitaba más que cabalgar tras un fatigado ciervo para darle caza.
Harold LAMB, Carlomagno, Edhasa, Barcelona, 2002.