Cientos de redentores recorrían Berlín, gente con pelo largo y camisas de crin que declaraba haber sido enviada por Dios para salvar al mundo y malvivía gracias a esta misión. El que tuvo más éxito fue un tal Häusser, que operaba pegando anuncios en las columnas y convocando concentraciones masivas y tenía muchos adeptos. Según los diarios su equivalente en Múnich era un tal Hitler, quien, no obstante, se distinguía del primero por sus discursos, los cuales apelaban a la maldad con emoción, cosa que les hacía alcanzar un grado de intensidad insuperable, por la exageración de sus amenazas y por su crueldad manifiesta. Mientras Hitler pretendía instituir un Reich milenario a través del genocidio de todos los judíos, en Turingia había un tal Lamberty que aspiraba a lo mismo mediante bailes populares, canciones y cabriolas en general. Cada redentor tenía su propio estilo. Nada ni nadie resultaba sorprendente; la capacidad de asombro era algo que habíamos perdido hacía ya tiempo.
Sebastian HAFFNER, Historia de un alemán, Destino, Barcelona, 2001.