Dejó las bolsas en el suelo, introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta, mirando de reojo la puerta del apartamento vecino. Seguro que él estaba allí, con el ojo en la mirilla, observándola. Aunque al principio se había molestado, pues no soportaba a los mirones, ahora, de alguna manera, le complacía. Se demoró en recoger las bolsas. A veces, ella también le observaba por la mirilla.
VV.AA., El loco de los tejaos. Cuentistas de la Andalucía marrón, Editoral Almotacén, Córdoba, 2009.