Uno de los invitados que han quedado en mi memoria fue el director Heinz Bongartz, titular de la Dresdner Philharmonie. Se me ocurrió la idea de no limitarme a grabar una conversación con él sino, también, un fragmento de su ensayo con los músicos de la Filarmónica de Varsovia. El programa ofrecía la Sinfonía en re mayor de Schubert. En el primer movimiento, nada más concluir el famoso pasaje para trompa, Bongartz golpeó la batuta insatisfecho: "No, señores míos, no es así. Lo que tocan aquí las trompas es el sentimiento romántico, alemán, de la naturaleza. Les ruego que interpreten este magnífico pasaje con más fuerza e intimidad. Con más sentimiento, señores míos. Es preciso que suene más lleno y con mayor potencia. Aquí, en este pasaje, se han de ver los bosques alemanes". El primer violín, que hacía de intérprete, se levantó, se dirigió al grupo de instrumentistas de viento, y dijo en polaco: "Las trompas, más alto". Como Bongartz se hallaba en ese momento anotando algo en su partitura, no debió darse cuenta de que la traducción de sus deseos al polaco había resultado sorprendentemente corta. Hizo que tocaran el pasaje otra vez, y volvió a dar unos golpes: "Muy bien, señores trompistas, ha sido magnífico; eso era exactamente lo que quería". En años posteriores, siempre que he oído a músicos de orquesta quejarse de directores que hablaban mucho, no he podido menos de pensar en Heinz Bongartz y aquel primer violín polaco que demostró ser un maestro en resúmenes escuetos: "Las trompas, más alto".
Marcel REICH-RANICKI, Mi vida, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2000.
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