El toro no es un animal más feroz que el torero. Es, al contrario, una bestia pacífica que ama la naturaleza y que sigue un régimen estrictamente vegetariano. Algunos se dejan lidiar, y el público los llama bravos. Ahora, sin embargo, la mayoría parece que van a declararse en huelga. Yo he visto recientemente un toro que, a los dos minutos, se dio cuenta de que todo en la plaza estaba organizado en contra suya y adoptó una actitud que pudiéramos llamar de cuernos caídos. Los toreros corrían detrás de él enseñándole unas telas vistosas y llamándole con sus voces más dulces; pero todo era en vano. A veces, el toro se paraba un instante y parecía que iba a dejarse conquistar. Unos toreros le sonreían con sonrisa tentadora. Otros procuraban excitar su orgullo... El toro reflexionaba un rato. Luego hacía un movimiento de cabeza como diciendo:
—¡No! ¡Nunca!... Este negocio no me conviene...
Y seguía su camino, insensible a todos los requerimientos.
Fue entonces cuando el viejo aficionado me dijo que ya no había toros:
—Ya no hay toros. Ya no hay emoción. ¡Vaya un veranito el que nos espera!
Y yo, condolido, le di lo que consideraba un buen consejo.
—Váyase usted al Congreso —le dije—. Un viejo aficionado como usted no lo pasará allí del todo mal.
Julio CAMBA, La rana viajera, Espasa-Calpe, Madrid, 1981.