Como muchos escritores, secretamente aspiro a ser el mejor escritor que haya caminado por la tierra, y que de aquí a mil años se me recuerde, pero después tengo pensamientos ambiciosos más modestos en los que lo único que quiero hacer es terminar la historia y tomarme unas buenas vacaciones. Todos estamos expuestos a diferentes niveles de ambición con las cosas que soñamos y que nos atrevemos a alcanzar. Siempre intento desarrollar el mejor trabajo del que soy capaz de hacer. Así que en ese sentido soy ambicioso. Intento rebasar mi techo. Me fuerzo hasta el límite en el que veo que no soy capaz de hacerlo mejor.
Escribir siempre ha sido duro. No depende de la cantidad de gente que esté esperando los libros y comentándolos. La historia es la dificultad principal, contarla de la manera que quiero. Es como imaginar un maravilloso castillo, que asciende hacia el cielo, que tienes que construir, ladrillo a ladrillo, tablón a tablón, con sus martillos y clavos…. Igual no es el castillo de tus sueños al final, igual tienes que quitar clavos y ponerlos en otros sitios y volver a empezar. Siempre ha sido así el proceso. No creo que el éxito de lectores y espectadores afecte la situación de una forma u otra. Ninguna de esas personas está en la habitación. Sólo estoy yo, el ordenador, el cursor parpadeando en la pantalla y la preocupación de qué va a ser lo siguiente. La gente, mis editores, los que dan premios, los críticos, los lectores, los espectadores de la serie, es como si no existieran. Somos yo y los personajes.
Álvaro P. RUIZ DE ELVIRA, George R.R. Martin: Sólo somos yo y los personajes
El País, martes 24 de julio de 2012.
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