Fue entonces cuando Letizia inició la relación con quien sería su primer marido, Alonso Guerrero. Él era profesor de Literatura en el instituto Ramiro de Maetzu, de Madrid. Y no me extraña que se quedara un tanto fascinada con aquel tío. Alonso es un erudito, un letraherido. Creo que no he conocido jamás a nadie con una cultura tan vasta y de tanta hondura. Y yo he trabajado en el negocio editorial, donde cierta cultura se presupone. Como en el ejército el valor.
En lo ideológico, Alonso siempre me pareció un revolucionario de chaise-longue. Un radical de izquierdas que riega las macetas, respeta los semáforos, paga sus impuestos y no levanta la voz. Anticlerical furibundo, no sé cómo valorará la conversión al catolicismo más purpurino de su ex mujer Letizia. Presiento que con una ironía distante.
El caso es que aquella relación siempre funcionó desde el desequilibrio. Letizia no comprendía la falta de ambición literaria de Alonso, que escribe unos libros invendibles, experimentales, de vocación decididamente minoritaria. Y Alonso despreciaba los impulsos arribistas de Letizia por alcanzar el éxito periodístico, la fama, el dinero y la consideración social.
David ROCASOLANO, Adiós, princesa, Foca, Madrid, 2013.