A veces se me ha ocurrido pensar que una de las causas de la decadencia española durante el siglo XVII puede radicar en esta mesa redonda. Se talaron los bosques, escaseó la leña, se difundió la idea de la vida en casa y se extendió también la costumbre masculina de apiñarse, en cómoda plática, con sus mujeres —la tía de la esposa, su madre, los hijos mayores—, en vez de estarse junto al fuego, con las piernas extendidas, y sentadas ellas en cuclillas sobre los almohadones de la estrada. Alrededor de la mesa camilla la vida familiar se espesaba, se hacía más densa, más orientalmente burguesa; la lectura cesaba en la afectada atmósfera de harén, y los clubs o cafés, que hasta hace poco fueron sitios sórdidos, mal iluminados, ofrecían la única expansión y evasión. España se convirtió en el típico lugar estancado, el imperio otomano de Occidente inmerso en sí mismo, situación de la que únicamente saldría en el ciclo actual. Los únicos que se beneficiaban con esto eran las parejas de novios, quienes, una vez aceptado el joven y admitido en la casa, podían entrelazar dichosamente sus manos durante horas, por debajo del tapete de franela.
Gerald BRENAN, Al sur de Granada, Tusquets, Barcelona, 1997.